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junio 18, 2014

Codeándome con el poder

Por Verónica C.

Esto de hablar de lujos y leer en el blog de Angie sobre su experiencia tenebrosa de Couchsurfing me hizo recordar algo bastante extraño que me pasó viajando. En un día pasé por el asombro, la incredulidad, el contacto con la mafia y el miedo a aparecer muerta, tirada por ahí...

Un viaje lleno de sorpresas

Resulta que con una amiga nos fuimos a recorrer La Rioja, San Juan y Mendoza, provincias de Argentina unidas por la Ruta 40 y por el abrasador calor de sus veranos.
No teníamos del todo claro qué ir a ver; sólo algunas atracciones imperdibles como el Parque Provincial Ischigualasto (más conocido como el Valle de la Luna) y el Parque Nacional Talampaya. Fuera de eso, pensábamos dejarnos sorprender. Y sorpresas no faltaron.

Pueblo chico infierno grande, confirmado

Cuando decidimos por dónde empezar, apareció el nombre de una ciudad-pueblo en La Rioja (no la vamos a develar, no vaya a ser cosa que después de tantos años le causemos un problema a alguien...). La ciudad con aires de pueblo es conocida e importante, sí, pero no tiene grandes atractivos (para mí). Sin embargo, una amiga de mi amiga tenía conocidos ahí y nos sugirió que aprovecháramos el contacto para que los locales nos mostraran el lugar.
Como buenas chicas de ciudad que somos, pensamos que los locales podían estar ocupados haciendo su vida como para sacarnos a pasear. No queríamos molestar.
Sin embargo, más por cortesía que otra cosa, al llegar al modesto hotelito donde nos íbamos a hospedar mi amiga llamó al contacto, una mujer que no sabía ni quién era. Sólo tenía su nombre de pila, su teléfono y algo para decirle: "hola, soy la amiga de Marta*". Del otro lado escuchó una voz muy amable que le daba la bienvenida: "¡Ahhh sí, me dijo que ibas a llegar hoy! ¿Cómo llegaste?" Charlaron un ratito y la señora en cuestión acordó con mi amiga pasarnos a buscar en auto en una hora. Al cerrar la charla le hizo un pedido especial: "no digas en el hotel que te voy a pasar a buscar. A las dos bajá, te voy a estar esperando con un auto blanco en la puerta".

Un viaje con destino desconocido

Por increíble que parezca, aún después de ese pedido extraño, esperamos a la señora (Mariela, pongámosle) y nos subimos a su auto. Mi amiga y yo estamos un poco locas sí, pero no tanto. Si bien mientras la esperábamos bromeábamos un poco sobre su pedido, sabíamos que Marta la conocía. Yo no sabía a qué se dedicaba Mariela pero, como era conocida de una amiga de mi amiga, confié.
Cuando llegó la hora bajamos y, efectivamente, ahí estaba el auto blanco de Mariela. Un auto sencillo. El único lujo que tenía era un aire acondicionado funcionando, que a las dos de la tarde en un pueblo de clima desértico, era un oasis.
Nos subimos al auto y alternamos charla ocasional con indicaciones sobre el pueblo que nos iba haciendo Mariela, mientras nos dirigíamos hacia la casa de su hermano, ya que ahí había un linda piscina, algo que nos había adelantado para que fuéramos preparadas.

El hermano de la conocida de la amiga de mi amiga

En el camino a la casa de su hermano Pedro, Mariela hablaba constantemente de Pedro y de su otro hermano, Pablo. Mencionaba cosas (asociadas a lo que viniéramos charlando) como si nosotras los conociéramos. Yo no tenía idea de quiénes hablaba, pero asentaba con la cabeza porque pensaba que mi amiga sí sabía.
Mientras el auto subía la montaña que llevaba a la casa de Pedro vimos que Mariela saludaba a varias personas, pero es algo bastante típico en los pueblos chicos, donde todos se conocen. Y donde también es costumbre saludar con una pequeña reverencia, aunque uno se cruce con un desconocido. Eso es lo que me gusta de viajar por el interior de la Argentina: saber que si cruzo miradas con alguien mi saludo no va a quedar sin contestar.


Del lujo al miedo en un solo paso

Llegamos a la casa del tal Pedro, que estaba en lo alto de la montaña. Se notaba que la propiedad era grande, porque tenía una pared perimetral bastante alta y larga que la rodeaba.
Al traspasar la entrada nos encontramos con un amplio parque, una tentadora piscina y una hermosa casa de dos plantas.
Hacía un calor terrible. Así que cruzamos dos palabras y Mariela nos animó a tirarnos a la piscina. Por cómo se venía dando la conversación, entendimos que parte de la familia estaba ahí, sólo que estaban dentro de la casa. Así que le hicimos caso y nos zambullimos de cabeza, mientras ella iba a buscar a Pedro.
Unos minutos después salieron ella y Pedro, que nos saludó y nos dió la bienvenida a su casa. Primera vez que nos sentimos mal e incómodas. Unas desubicadas... Ni habíamos saludado al dueño de casa y ya le estábamos usando las instalaciones muy orondas...
Pero Pedro era muy simpático, y nos hizo sentir cómodas nuevamente en segundos. Mientras seguía charlando con nosotras se metió en la pileta él también. La charla entre los cuatro fluyó durante unos breves minutos, hasta que Mariela dijo: "bueno, yo me tengo que ir, pero las dejo en buena compañía, chicas. Disfruten de la pileta, que luego Pedro las lleva a pasear. Chau!". Sin darnos tiempo a reaccionar, desapareció.

Entregadas, literalmente

De repente la alegría se transformó en preocupación. La salida de Mariela fue tan intempestiva, que sonaba rara, sonaba a "entrega". Ahí caí en la cuenta de que no tenía idea de con quiénes ni dónde estaba. Para ese entonces ya sospechaba que Mariela y Pedro eran parte de una familia importante de la ciudad, pero no lograba entender quiénes eran. Y me daba cuenta de que yo suponía que mi amiga sabía, suponía que mi amiga tenía referencias de ellos, suponía que la amiga de mi amiga era más que una simple conocida de ellos... Pero la verdad es que no lo sabía.
Lo único que sabía es que dos chicas jóvenes estábamos nadando en la piscina de un hombre joven, guapo y desconocido, que parecía estar solo en esa casa. Me sentía entregada en bandeja. Ya empezaba a pensar en una red de trata de personas, el caso María Soledad, cualquier cosa! Así que me empecé a sentir incómoda, mientras los tres nadábamos estilo perrito y charlábamos (sí, sólo yo puedo terminar en una situación así de ridícula...).

Las primeras damas

Un rato después (muy prontamente, por suerte), Pedro nos preguntó si queríamos salir a pasear, y las dos nos apresuramos a decirle que sí. Queríamos salir ya de esa casa, para que nadie se confundiera sobre nuestras intenciones.
Pedro nos sorprendió "pelando" un llamativo Jeep. Mientras nos llevaba hasta una mina abandonada, nos dimos cuenta de que a Pedro también lo saludaba todo el mundo. Pero no sólo eso: a él lo saludaban y a nosotras nos miraban raro. Cuando el Jeep avanzaba y dejaba atrás a la gente, nos dábamos vuelta y nos estaban mirando. Rápidamente me di cuenta de lo que estaba pasando: ¡la gente está creyendo que somos los dos gatos** de este tipo! Otra vez me sentí incómoda y atrapada. No había a dónde ir. Iba en un auto abierto, con un personaje conocido, por una ciudad-pueblo donde se conocen todos. Andá a saber con qué compañías se pasea este hombre los fines de semana... Acepté que me miraran con cara de "sos el nuevo gato del Pedro" a cambio de una excursión gratis. Al final, todos tenemos un precio...

Otra parada técnica para el asombro

Entre saludo y saludo, Pedro también nos hablaba de su hermano Pablo como si lo conociéramos. Yo ya no tenía idea de con quién hablaba pero estaba segura de que era una familia que se dedicaba a la política. Todo se me hacía más extraño porque en la Argentina hemos tenido como presidente durante 10 años a una persona proveniente de esa provincia. Y esta familia empezaba a parecerse en sus modos, en sus movimientos, a la familia del ex presidente.
La cuestión es que fuimos a lo del tal Pablo... Llegamos a una casa de fin de semana, con un amplísimo parque, lleno de árboles de frutas varias y nogales. Nos recibieron en la sala de juegos. Eso daba una perspectiva de lo que podía ser la casa. No se veían lujos pero sí ciertas comodidades evidentes.
Me sentí super tranquila cuando el dueño de casa nos recibió junto a su mujer; todos mis fantasmas se desvanecieron (igual, seguía sin entender por qué esa gente destinaba tanto tiempo de su fin de semana a pasearnos por todos lados y agasajarnos con comida).
La tarde transcurrió entre mates, patas de jamón, quesos, nueces cosechadas en su propia casa, y dulces caseros. Entre mate y mate, logré descifrar quiénes eran nuestros anfitriones: el juez (Pedro) y el intendente de la ciudad (Pablo). Una locura. Todo. Para rematar, nos invitaron a cenar esa noche con toda la familia. Allá fuimos, obvio.

Cual mafia siciliana

No quisiera extenderme mucho más sobre el extraño fin de semana que tuve. Pero no puedo dejar de contarles lo incómoda que me sentí cuando presencié cómo se manejan las cuestiones políticas, los favores, las deudas.
Resulta que mi amiga y yo queríamos ir a ver Ischigualasto y Talampaya. Pero teníamos todo en contra: estábamos lejos de ambos parques, teníamos poco tiempo y la temporada de verano estaba terminando. Nos habíamos pasado la tarde llamando operadores turísticos, que nos decían que no salían si nos conseguíamos más viajeros. En un hotel habían quedado en confirmarnos pero, siendo de noche, ya lo dábamos por perdido...
Charlando durante la cena con toda la familia de políticos, comentamos nuestro "problema". ¡Para qué! Mariela agarró el teléfono y empezó a llamar gente. Su discurso era siempre parecido:
"Hola, mi querido. Te llamo porque estoy con dos colaboradoras del intendente que vinieron de Buenos Aires a trabajar el fin de semana (?) y, antes de irse, les gustaría ver algo de las bellezas de nuestra provincia. Entonces, me preguntaba si tendrán algún guía disponible para llevarlas mañana a ver ambos parques (...). Ahhhh, no? ¿Así que ya cerraron la temporada? ¡Ah, pero qué bien que les va en Turismo, que dejan de trabajar antes de que termine febrero! Me alegro mucho de que la gestión del intendente les esté resultando beneficiosa para la industria (...). ¿Y no tendrán algún guía que pueda salir mañana? ¿Ah, no? ¡Qué pena, che! Qué pena porque estas dos colaboradoras del intendente se van a tener que volver a su casa sin haber visto lo que nuestra provincia tiene para ofrecer a nivel turístico, no? Qué pena, realmente. Bueno, cuando ustedes necesitan algo desde la Intendencia tratamos de estar siempre presentes, siempre colaborando pero bueno, entiendo que en este caso no hay nada que puedan hacer... Ok, querido, que sigas bien".
 Mientras Mariela repetía estas líneas con varias personas, el aire en la mesa se cortaba con un cuchillo. Mi amiga y yo no sabíamos cómo decirle ya que no importaba, que no hacía falta, que seguro algo íbamos a conseguir. Con cada uno de esos llamados sabíamos que estábamos metiendo a alguien en problemas. Uno de los asistentes en la numerosa mesa, mitad en chiste mitad en serio, nos dijo "van a dejar a alguien sin trabajo ustedes". Yo casi me atraganto con una empanada de carne.
Por suerte, en ese mismo momento nos llamó nuestra última esperanza y nos dijo que a la mañana siguiente nos pasaba a buscar para hacer ambos parques en el mismo día.

La generosidad del interior

Cuando nos fuimos de esa cena, todavía shockeadas por las demostraciones de poder y la amabilidad anfitriona, me di cuenta de por qué hacían lo que hacían.
Realmente no necesitaban recibirnos porque Marta no era su íntima amiga; era simplemente una persona con la que trabajaban ciertas cuestiones políticas a la distancia. Y tampoco necesitaban ser amables con nosotras por quiénes eran, ya que ni siquiera votábamos en su provincia (diez años después, Pablo todavía está lejos de ser candidato a presidente de la Argentina...).
Simplemente nos abrieron las puertas de sus casas, nos mostraron los atractivos de su ciudad y nos sentaron a su mesa, porque así es la gente en el interior de la Argentina. Esto no es tan habitual en la ciudad de Buenos Aires y alrededores, donde somos más celosos sobre quién entra a nuestra casa, pero es algo muy común en el resto del país, ya que así se entiende la hospitalidad.
Así que no me llevé grandes impresiones de su pueblo a nivel turístico, pero si me llevo los sabores de su comida regional y la calidez de su gente, que enseguida te abre las puertas de su casa y arrima una silla a la mesa familiar, convirtiéndote en el invitado de honor, aunque no te conozcan.

*Los nombres de los protagonistas fueron cambiados para proteger su identidad y mi integridad física. Posta.
** Gato:  Vocablo argentino para designar a la mujer de vida libertina.

junio 10, 2014

Hoteles de lujo: ¿pecado capital o experiencia necesaria?

Por Verónica C.

Como ya habrán leído en un post anterior, mis viajes son low budget (de bajo presupuesto, en buen romance). No soy lo que se dice una mochilera pero en todos los viajes que se comparten en este blog hubo clase turista, hostels, ahorro y mucho esfuerzo para hacerlos.
Pero justamente porque no soy una mochilera y porque una va creciendo (en edad, no en maduración) es que a veces una no tiene ganas de compartir una habitación con 11 personas más, caminar cargada con una mochila, viajar en un autobús con gallinas, y esas cosas que suelen pasar. Y éste era el caso para mi último viaje.

¿El lujo es vulgaridad? 

hotel CafayateEstaba cansada, había tenido un año intenso y cuando llegara a casa debía seguir al máximo. Así que busqué un lindo hotel, donde me consintieran todo lo que se pudiera.
El destino: Cafayate, en Salta, Argentina. Un lugar famoso por sus vinos y la inigualable belleza de las montañas que lo enmarcan, que lo protegen celosamente. Así que la primera gran decisión fue elegir un hotel en el medio de las montañas, no en la ciudad, donde tendría toda la infraestructura que necesitaba (restaurantes, cajeros automáticos, kioscos, taxis), pero no sabía cuánto iba a poder ver las montañas.

La llegada

Llegué a Cafayate de noche, tipo 10. Tomé un taxi y en 5 minutos (literal, quizás menos) estuve en la puerta del hotel. Al llegar, el despliegue: gente que te abre la puerta del taxi, gente que toma tu valija, gente que te espera al pie de las escalinatas y te llama por tu nombre... No estoy acostumbrada a tanto, así que estaba un poco confundida y sentía que me hablaban todos juntos. Pero me dejé llevar. Me dejé mimar, digamos.
viñedo hotel cafayateApenas pisé el lobby me ofrecieron una copa de vino local, que rechacé porque no tomo vino, así que me ofrecieron una botella de agua de la que tomé dos sorbos porque mi checkin estuvo listo en segundos. Dos personas del hotel me acompañaron por los pasillos mullidamente alfombrados y se las arreglaron para explicarme lo mínimo que necesitaba y desaparecer para dar paso a mi privacidad. Amo ese exquisito manejo de los tiempos que hacen los verdaderos entendidos en hotelería y demás servicios al turista...

Mi ritual secreto

Apenas se fueron empezó mi ritual. Cuando me hospedo en hoteles buenos (lo que no es muy seguido), no hay cosa que me divierta más que aquellos primeros minutos sola en la habitación. Soy como un niño en un parque de diversiones. Miro si dejaron algo de cortesía para comer o tomar, pruebo lo mullido de la cama y las almohadas, la suavidad de las sábanas, qué hay en el frigobar (obbbbbvio!), si las toallas son suaves, si hay bata, cómo son las amenities (el shampoo, el jabón...). Pavadas, pero me encanta. ¡Levante la mano el que no hace esto, por dios!

Comer, placer de los dioses

Una de las ventajas del hotel que elegí es que tenía un restaurant gourmet, así que no necesitaba ir al pueblo todos los días para comer. ¡Estaba tan cansada que ni eso quería! Aunque como el dinero no me sobra, pensé que podía resultarme caro comer ahí y estaba un poco preocupada. Pensé: ¿para qué te hacés la millonaria? ¿Para después terminar metiendo comida de contrabando porque no te da la billetera para comer en el restaurant? Jaja, estaba preocupada en serio. Pero la sorpresa fue gratísima: no sólo se comía genial, sino que además los precios eran super razonables para tremendo servicio y calidad de los alimentos.
Croute, mayonesa, jugo de pomeloAsí que tuve unos días a puro placer, malcriando a mi paladar: salmón, cabrito (vegetarianos, sepan disculpar), empanadas salteñas, panes caseros saborizados... Nuevamente, en el restaurant me sentía como un niño en un pelotero: creo que no iba porque tuviera hambre, sino para ver qué había ese día. Antes de que llegara el plato principal siempre traían uno o dos pasos previos con algo rico para comer: una croute con mayonesas o patés caseros, alguna entrada muy gourmet... Todo delicioso. Para rematar, el chef siempre pasaba por tu mesa para preguntarte cómo había estado todo, cómo la estabas pasando en Cafayate, qué planes tenías para los próximos días... Divino.

Dormir como una reina

Nada más lindo en vacaciones que cansarse bien durante el día para disfrutar mejor esa cama espléndida cuando nos hospedamos en un lindo hotel (también he dormido en lugares terribles, extrañando horrores mi humilde camita).
En el caso del hotel boutique que elegí, las noches no podían ser mejores: el silencio de la montaña que invita al descanso, el exquisito perfume de la lavanda natural entre las almohadas (extraídas de los campos del hotel), y la suavidad de la blanquería acariciándome la piel. Creo que el hotel es tan considerado que hasta se fijó en que haya algo de qué quejarse: la cama es tan grande que la mesa de noche queda muy lejos. Unos genios.
Así que dormí como debe dormir la realeza: rodeada de almohadas de diferentes densidades, enredada en sábanas blancas de percal y perdida en una cama inmensa.

Amanecer, otro lujo diario

El despertar también era un lujo: las habitaciones estaban catalogadas como Amanecer o Atardecer, según el espectáculo natural que se pudiera apreciar mejor desde sus amplios ventanales. Mi cuarto estaba del lado Amanecer y con vista a los viñedos, así que recibir el nuevo día era fácil.
Es increíble lo que me cuesta levantarme temprano en mi ciudad pero cómo me gusta madrugar en vacaciones. Es que si sabés que te espera un desayuno delicioso (copa de champagne incluida) y un día sin apuros, en contacto con la naturaleza, es fácil levantarse.
viñedoIgualmente, creo que lo que más invitaba a dejar la cama era ese baño amplísimo, donde el piso de cerámicos no era frío (aún en pleno otoño; esta gente pensó en todo) y donde la bañera para dos personas tenía vista a los viñedos. Así que mi plan era siempre el mismo: por la mañana, espectacular ducha a la luz del sol, y por la noche, baño de inmersión (sin derrochar agua. Culpa, culpa, culpa) mirando las estrellas.
Después de la ducha matinal, me entregaba el suculento desayuno sin apuros, disfrutando los jugos de frutas naturales (hasta creo que sentía el sabor del suelo cafayateño en cada trocito de pulpa) y la pastelería francesa que me transportaba a París sin necesidad de pasaporte. El viaje a la Ciudad Luz que me permitía cada pain au chocolat sólo era interrumpido por algún adorable acento salteño que me preguntaba si necesitaba algo más. Nada, el que necesita algo más en esta situación es un infeliz, pensaba...

La montaña, toda mía

zorro viñedo hotel
El motivo de elegir este hotel y no otro no era solamente disfrutar de un hotel de lujo unos días sino, sobre todo, estar en contacto con la naturaleza. Y fue una misión cumplida, ya que de principio a fin del día estaba leyendo al calorcito del sol de otoño, o recorriendo la propiedad en carrito de golf o caballo, buscando aves o zorros para fotografiar.


Conectar con los sentidos

Finalmente hubo que volver. No me pude quedar a vivir en el hotel, como me hubiera gustado. Pero la conexión con la montaña, y sobre todo con mis cinco sentidos, fue reparadora.
Mis ojos no podían registrar tanta belleza junta, tanta amplitud de campo, tantos matices de colores que propone el Norte Argentino, así que le confié un poco de esa tarea a mi cámara. Quienes hemos vivido toda nuestra vida en una ciudad debemos de vez en cuando hacer silencio y escuchar el viento, o los sonidos de aquellas aves que desconocemos. Pero creo que en este viaje los sentidos más beneficiados fueron el olfato, el tacto y el gusto.
A decir verdad, el gusto no se puede quejar, lo malcrío todo el año (jajaja). Pero el pobre olfato no siempre está feliz de vivir en una ciudad, así que lo llevé a los Valles Calchaquíes para que se empache de las diferentes hierbas aromáticas del camino (jugando a identificar cada una en el plato del almuerzo o la cena), de la lavanda salvaje, de los olores amaderados, del carbón ardiendo para la próxima comida...
El tacto, el gran olvidado de los sentidos (confiamos mucho a nuestros ojos, muchas veces), también tuvo su festín: desde la lluvia perfecta de la ducha, hasta la caricia aterciopelada de las sábanas, no sin olvidar la sedosidad de las amenities, que dejaban el cabello suave y la piel con el nivel justo de hidratación y oleosidad.

Como podrán imaginar, luego de unos días de disfrutar los placeres de la vida, recomiendo ampliamente hospedarse en un hotel de lujo. No por ostentación, no por frivolidad. Simplemente porque existen y, como todo en la vida, hay que probarlos.

abril 05, 2014

Oaxaca, corazón (y estómago) de México

Oaxaca de Suárez Centro Histórico
Por Verónica C.

Oaxaca (léase "Oajaca") podría ser no sólo la capital gastronómica -como muchos afirman- sino también la capital cultural de México. Quienes viven en el D.F. los lunes cuentan qué comida oaxaqueña comieron el fin de semana en un nuevo restaurant, puesto callejero, o en su propia casa a manos de alguna buena cocinera. Oaxaca es, a los mexicanos, lo que son Salta (con sus humitas y tamales), Tucumán (con sus empanadas), o Mendoza (con sus vinos) a los argentinos. Allí se originan muchas costumbres y comidas que ya son de todos los mexicanos, y que los representan en el mundo entero. Por si queda alguna duda de la importancia culinaria de la ciudad, hasta tiene un queso nombrado en su honor, que se come en todo el país.

Cuando decidí viajar a Oaxaca mi amiga Susana me dio una lista (¡una lista!) de todo lo que tenía que tomar y comer para hacer la experiencia completa. Lista en la que colaboraron varios amigos mexicanos. Cada uno agregaba su “imperdible”, mientras yo me preocupaba por cómo comer todo eso en tan sólo dos días.

Era viernes. Terminé de trabajar y salí corriendo al aeropuerto. El tráfico del D.F. es conocido por su imprevisibilidad y no quería perder el vuelo. Llegué a la ciudad de Oaxaca de Suárez, capital del estado, por la noche. Recorrí un poco las hermosas calles del centro, llenas de turistas y edificios coloniales y barrocos, que resisten los movimientos constantes de una de las ciudades más sísmicas del país.
Me perdí viendo grupos de gente por aquí y por allá, ensayando para un desfile público. Es que llegué en plena Guelaguezta, la fiesta popular más importante del estado, dedicada a Centéotl, diosa del elote (maíz). En la actualidad La Guelaguetza se convirtió en un espectáculo de música y baile que se realiza en un anfiteatro al aire libre y se televisa, al mejor estilo de los festivales argentinos de Cosquín o Jesús María.

Mesa mexicanaPapel picadoMi estomago se encargó de recordarme la lista y devolverme al Centro Histórico. Entré en un restaurant y me sorprendí gratamente con una explosión de color ¡Estaba en México! Al menos ese restaurant cumplía con lo que en mi cabeza México debía ser: el techo estaba plagado de los típicos banderines de papel troquelados y multicolores a los que los mexicanos llaman “papel picado”, las mesas tenían banderas coloridas y los manteles verdes aludían inevitablemente a la bandera nacional.

Sopes y tamales
Ordené lo que me pareció más tradicional, olvidando que lo más tradicional en las mesas mexicanas es la abundancia. El menú estaba compuesto por tres pasos pero a mí me parecían treinta. Con curiosidad (y esfuerzo), probé la sopa, los sopesitos y los tamales con mole. Todo rico. Todo picante. Para apagar el fuego me valí de los totopos (que los argentinos llamamos, erróneamente, nachos) y de la refrescante agua de piña. Me sentí vencida por la comida. Probé todo pero no terminé nada. Destrocé los tamales envueltos en hojas de plátano porque no supe cómo comerlos (la explicación del mesero llegó un poco tarde).

Chocolate caliente y pan de yemaA la mañana siguiente lo que menos me preocupó fue recuperarme del atracón nocturno. La lista seguía ahí, mirándome fijo, y recordándome que me quedaban menos de 48 horas para completarla. Así que salí a la calle enfrentando el frescor matinal de verano y me dejé llevar de las narices por el aroma a chocolate de las calles cercanas al Mercado 20 de Noviembre. Las chocolaterías todavía no estaban abiertas pero dejaban escapar su perfume exquisito.
No encontraba ningún lugar abierto para desayunar cuando pasé por la puerta de un sencillo hotel. Salía un hipnotizante olor a chocolate caliente, como si el mismísimo Moctezuma lo estuviera revolviendo. Pensé que con ese lugar no podía equivocarme y, aunque mis ojos no se sentían tentados, mi olfato me decía que no lo dudara.
Al sentarme, me preguntaron si quería mi chocolate con agua o con leche. Respondí "con leche, por favor". Mientras esperaba inspeccioné el lugar detalladamente hasta que frente a mí ví el nombre: Chocolate Posada. Listo, nada podía fallar. Y así fue.
El chocolate llegó en una taza generosa, de boca ancha y, si uno hacía el suficiente silencio, podía escuchar las burbujas explotando, como cuando uno exagera con el jabón y el agua no llega a llevarse todo de la pileta. El xocolatl había venido espumoso, tentador, como aquellos cafés con leche que ya cuesta conseguir en Buenos Aires. A su lado, un pan de yema completaba el austero cuadro. Me gustan los desayunos más opíparos, pero me dejé sorprender y taché dos ítems más de mi lista cruel.
El pan de yema tiene una textura parecida al pan dulce que comemos los argentinos para navidad, aunque es un poco más esponjoso y también, para mi gusto, más rico, más "avainillado", si es que existe esa palabra. Para ser breve, odio el pan dulce pero el pan de yema me gustó.
Mientras disfrutaba del calor que me aportaba ese chocolate en la mañana fría, me di cuenta: ahhhhh, "Como Agua Para Chocolate"!  No leí el libro de Laura Esquivel ni vi la película de Alfonso Arau, así que tardé en hacer la asociación, pero ahí comprendí que para los mexicanos debe ser mucho más usual tomarlo con agua que con leche.

Durante un fin de semana y entre las visitas al Tule, Mitla, Monte Albán y Hierve El Agua, me las arreglé para reducir los pendientes de mi lista. Estaba de suerte; mi llegada a Oaxaca también había coincidido con el Festival de los 7 Moles. Así que probé mole de ollamole rojomole negromole coloradito… Pero un poquito de cada uno ¿Por qué? Porque no sólo también tenía que probar la sopa de chayote sino que en el lugar donde paré tenían mi comida mexicana favorita: pozole.
Sopa de chayote
PozoleEsta especie de sopa prehispánica hecha a base de granos de maíz (que no estaba en la lista) lleva carne de pollo o de cerdo como ingrediente secundario, según la región en la que se esté. Yo siempre lo comí con pollo y, aunque en cada lugar es distinto, siempre es igual de rico.

Café de ollaRematé el festín para mis papilas gustativas con el famoso café de olla, que me sorprendió porque, a pesar de su color oscuro, no es fuerte y siempre llega a la mesa con el nivel justo de dulzura ¿Cómo hacen? Pero lo más sorprendente es el viaje en el tiempo que propone cada taza. Resulta fácil retrotraerse a fines del 1800 con los recipientes de cerámica rústica en las cuales se sirve siempre este café. Cuando acercaba el pocillo a mi boca no sé si el aroma, el humo o qué me hacían imaginar, inmediatamente, una cocina a leña, un vestido con miriñaque, unos sartenes de cobre colgando del techo, y ese café, servido por alguna criada. Suena ridículo que en pleno siglo 21, con un smartphone en la mesa, pudiera abstraerme así. Pero juro que el café de olla lo logró, cada vez.

Agua de chilacayota
Luego de la caminata el calor de la tarde se hacía sentir. Y, a decir verdad, el mezcal probado también. ¡Sí, porque mi lista también incluía mezcal! En las fábricas de este destilado oaxaqueño te dicen “Para todo mal, mezcal. Para todo bien, también. Y si no hay remedio, litro y medio" y, con esa excusa, te hacen probar más de la cuenta. Así que paré a descansar un poco y me fijé si mi lista tenia algo que pudiera acompañar ese momento. Por supuesto que sí. Me acerqué a un puesto callejero y me pedí un agua de chilacayota. Su sabor me recordó al de una compota, de manzana o de ciruela. Era refrescante pero no me encantó. Las que estaban felices eran las múltiples avispas que había, así que decidí cederles mi bebida para que la disfruten y dejen de aterrorizarme.

Tlayuda con tasajoSe me iba terminando el fin de semana y mi lista seguía torturándome. Así que me fui al Restaurant Hostería de Alcalá para la última cena, que dediqué a otro plato muy típico, de esos de los que no podés de dejar de probar porque si no es como si no hubieras estado ahí: tlayuda con tasajo. Se trata de una tortilla mexicana que viene con tasajo (un corte de carne de res) y tomate, lechuga, queso, palta, etc. Estaba buenísima, pero me había pasado el fin de semana comiendo. Así que con todo el dolor del alma dejé gran parte en el plato y me fui. Al día siguiente me iba a dedicar a buscar el alebrije perfecto y la Catrina más linda, para lo que necesitaba estar descansada y liviana.

Con la pesadez de media lista recorrida me dirigí nuevamente al Centro Histórico, para verlo de día.
CatrinaBarro Negro de OaxacaAhí comprobé que Oaxaca no es sólo una exuberancia de sabores, sino que también es una explosión color. El barro negro de las artesanías contrasta con los escandalosos colores de las Catrinas (esas señoras bien ataviadas pero ¡muertas! que son tan características) y los alebrijes, una de las expresiones artísticas más exquisitas de todo el país. Los alebrijes son seres (muchas veces mezcla de varios animales, reales o mitológicos) nacidos en la imaginación o los sueños del artista. Por eso, no hay dos iguales.



Cuando el avión ya me estaba mostrando Oaxaca desde el cielo -la cantidad de estímulos a los que uno se ve expuesto no dejan tiempo para la reflexión- llegué a la conclusión de que la ciudad es un estallido para los sentidos. Olores, colores y sabores en su máxima expresión. Es el baile y es la muerte. Es el chile que pica en la lengua y el chocolate que la acaricia. Es el negro del barro y los colores estridentes. Oaxaca es, para mí, el corazón de México.

En cuanto a mi lista, voy a tener que volver para completarla...