Mostrando las entradas con la etiqueta Vista. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Vista. Mostrar todas las entradas

octubre 13, 2015

Qué se puede ver (y espiar) en Barcelona

Barcelona es una ciudad para experimentar, no para contar. En esa serie de entradas te propongo recorrer los 5 sentidos a través de las sensaciones que te proporciona esta ciudad.


arquitectura de BarcelonaCada vez que recuerdo mi paseo por Barcelona (el primero de muchos, espero), lo que recuerdo son las sensaciones que tuve en un momento u otro. No recuerdo tanto los nombres, las coordenadas geográficas, los datos. La ciudad impacta tanto (y tan bien), que lo que recuerdo son las sensaciones. Así que me gustaría contar y recordar mi viaje así, recorriendo lo que percibieron mis cinco sentidos. Hoy: la vista.

Las primeras vistas de la ciudad

arquitectura de BarcelonaSalí del aeropuerto y en una de sus mismísimas puertas me tomé un bus genial que recorre la ciudad y termina en Plaza Catalunya, un lugar muy céntrico y desde donde se puede conectar con distintas opciones de transporte público. El recorrido desde el aeropuerto es agradable: por la avenida Les Corts Catalanes ya asomaban cientos de edificios hermosos. Las calles se veían limpias, ordenadas, todo perfectamente señalizado.
La verdad que las primeras vistas de la ciudad que uno tiene son muy lindas, y auguran lo que será la visita, a diferencia de otras ciudades, donde uno entra por lugares que espantan.

Surfeando en transporte público

arquitectura de BarcelonaAl llegar a Plaza Catalunya me zambullí en el metro, todavía shockeada por la belleza de los edificios. Algunas avenidas me recordaban a la Avenida de Mayo en Buenos Aires, o a Madrid. No podía creer que todo fuera tan lindo y eficiente. Desconfiaba. ¡Tenía que haber algo que estuviera mal! Así que entré al metro decidida a encontrar algo para criticar. Sí señor.
La realidad es que encontré un poco de calor (llegué en plena ola de calor, con días de 38 grados), ascensores que no funcionaban y escaleras fijas que me obligaban a transportar mi valija, un poco de suciedad... hasta que vi las máquinas expendedoras de alimentos y de pequeños gadget tecnológicos. Encima el vagón estaba impecable. Ok, punto para vos, Barcelona! La experiencia fue siempre igual (o mejor), en los distintos días y horarios en los que tomé el metro. Y los buses de la ciudad también fueron un placer.

Jugándola de local en el Pueblo Nuevo

Poblenou (o Pueblo Nuevo), el barrio donde me hospedé, es residencial hoy en día pero en sus comienzos fue la zona fabril de Barcelona, por eso tiene muchas fábricas recuperadas para fines culturales, de esparcimiento (discos y bares) y hasta vivienda (lofts). A mi me resultó ideal para ir a hacer vida de local y no ser testigo del Truman Show que las ciudades suelen montar, sin proponérselo, para los guiris (o turistas. Pero si quiero parecer local debo decir guiri).
Al recorrer la Rambla de Poblenou en mis primeras horas en la ciudad pude ver que hay mucha vida nocturna. Son las 8 de la noche de un martes y no veo lo que en Buenos Aires: gente corriendo para llegar. Llegar a casa, llegar al súper, llegar al curso, o simplemente escapar de una jornada agotadora en el trabajo o de un transporte público disfuncional y estresante.
No. Esta gente está sentada en las mesas al aire libre de los bares, relajada, hablando de la vida.

Vida con vista al mar

La vida en Barcelona incluye necesariamente al mar, especialmente en verano.
La gente va a la playa después del trabajo. Están los que pasan por su casa a buscar el perro, la bicicleta, o ambos. Y también están los que van directamente desde el trabajo, por lo que no van con traje de bao. Pero no se complican: se desnudan rápidamente con la complicidad de la oscuridad (hay playas nudistas pero este espectáculo no la vi en una de esas) y corren hacia el mar. Listo, cero problemas, y ya se refrescaron después de una jornada laboral.

Obligatorio mirar para arriba 


Casa Milá-La PedreraPor las calles de Barcelona es muy fácil cruzarse con edificios hermosos del siglo XIX que resisten estoicamente el paso del tiempo. Muchas veces, el precio que hay que pagar es que no tengan ascensor y que, encima, tengan unas escaleras diminutas y empinadísimas. Pero muchos de ellos ofrecen, a cambio, interiores amplios y exteriores de una belleza arquitectónica increíble.
Barcelona es una ciudad que ofrece arquitectura modernista de gran nivel a cada paso, sólo hay que mirar para arriba. La belleza se encuentra en muchos lugares de la ciudad pero pareciera estar concentrada en el Passeig de Gràcia, una especie de Avenida Alvear de Buenos Aires donde solían vivir las familias adineradas a comienzos del siglo XX. De hecho, dos de las obras más famosas de Antoni Gaudí están sobre el Paseo de Gracia: la Casa Milá y la Casa Batlló.
Y si se trata de Gaudí y de mirar para arriba, el lugar para hacer eso hasta la tortícolis es La Sagrada Familia, la obra cúlmine del arquitecto español más conocido del mundo.
No sólo el templo está lleno de detalles hasta en las alturas, sino que además Gaudí se encargó de jugar no sólo con las formas, sino también con la entrada de luz natural, que es un espectáculo en sí  mismo.

Del Paseo de Gracia al Raval

El RavalBarcelona lo tiene todo. Me lo habían dicho y pude comprobarlo. Lo que más me gustó es que sea capaz de ofrecer tanta variedad en tan pocos metros cuadrados (comparada con otras ciudades, es pequeña). ¿Y qué más opuesto al Passeig de Gràcia que el barrio del Raval?
La palabra Raval viene del árabe a-rabal que significa “afueras”. En el siglo XIX este barrio (parecido al famoso Barrio Gótico de Barcelona en sus calles angostas, que se pueden ver un poco oscuras si no es mediodía) estaba fuera de las murallas de la ciudad y, una vez derribadas, El Raval sirvió como residencia para la clase trabajadora. Hoy en día aloja a muchas comunidades extranjeras y goza de una fama de inseguro. A juzgar por su estructura laberíntica de calles pequeñas, no me aventuraría a perderme ahí de noche, como sí me animé a hacerlo de día.
El paisaje diurno mezcla comerciantes de diversas nacionalidades con disquerías, barcitos con mucha onda y ropa colgada en los balcones franceses, que hace recordar a la ciudad de Nápoles. A simple vista no hay nada de refinado en El Raval, pero ahí precisamente reside su encanto.

Para cerrar este recorrido visual por Barcelona, te regalo dos tours virtuales por dos de las obras de Gaudí: la Casa Milá (más conocida como La Pedrera) y la Casa Batlló. De nada.

junio 10, 2014

Hoteles de lujo: ¿pecado capital o experiencia necesaria?

Por Verónica C.

Como ya habrán leído en un post anterior, mis viajes son low budget (de bajo presupuesto, en buen romance). No soy lo que se dice una mochilera pero en todos los viajes que se comparten en este blog hubo clase turista, hostels, ahorro y mucho esfuerzo para hacerlos.
Pero justamente porque no soy una mochilera y porque una va creciendo (en edad, no en maduración) es que a veces una no tiene ganas de compartir una habitación con 11 personas más, caminar cargada con una mochila, viajar en un autobús con gallinas, y esas cosas que suelen pasar. Y éste era el caso para mi último viaje.

¿El lujo es vulgaridad? 

hotel CafayateEstaba cansada, había tenido un año intenso y cuando llegara a casa debía seguir al máximo. Así que busqué un lindo hotel, donde me consintieran todo lo que se pudiera.
El destino: Cafayate, en Salta, Argentina. Un lugar famoso por sus vinos y la inigualable belleza de las montañas que lo enmarcan, que lo protegen celosamente. Así que la primera gran decisión fue elegir un hotel en el medio de las montañas, no en la ciudad, donde tendría toda la infraestructura que necesitaba (restaurantes, cajeros automáticos, kioscos, taxis), pero no sabía cuánto iba a poder ver las montañas.

La llegada

Llegué a Cafayate de noche, tipo 10. Tomé un taxi y en 5 minutos (literal, quizás menos) estuve en la puerta del hotel. Al llegar, el despliegue: gente que te abre la puerta del taxi, gente que toma tu valija, gente que te espera al pie de las escalinatas y te llama por tu nombre... No estoy acostumbrada a tanto, así que estaba un poco confundida y sentía que me hablaban todos juntos. Pero me dejé llevar. Me dejé mimar, digamos.
viñedo hotel cafayateApenas pisé el lobby me ofrecieron una copa de vino local, que rechacé porque no tomo vino, así que me ofrecieron una botella de agua de la que tomé dos sorbos porque mi checkin estuvo listo en segundos. Dos personas del hotel me acompañaron por los pasillos mullidamente alfombrados y se las arreglaron para explicarme lo mínimo que necesitaba y desaparecer para dar paso a mi privacidad. Amo ese exquisito manejo de los tiempos que hacen los verdaderos entendidos en hotelería y demás servicios al turista...

Mi ritual secreto

Apenas se fueron empezó mi ritual. Cuando me hospedo en hoteles buenos (lo que no es muy seguido), no hay cosa que me divierta más que aquellos primeros minutos sola en la habitación. Soy como un niño en un parque de diversiones. Miro si dejaron algo de cortesía para comer o tomar, pruebo lo mullido de la cama y las almohadas, la suavidad de las sábanas, qué hay en el frigobar (obbbbbvio!), si las toallas son suaves, si hay bata, cómo son las amenities (el shampoo, el jabón...). Pavadas, pero me encanta. ¡Levante la mano el que no hace esto, por dios!

Comer, placer de los dioses

Una de las ventajas del hotel que elegí es que tenía un restaurant gourmet, así que no necesitaba ir al pueblo todos los días para comer. ¡Estaba tan cansada que ni eso quería! Aunque como el dinero no me sobra, pensé que podía resultarme caro comer ahí y estaba un poco preocupada. Pensé: ¿para qué te hacés la millonaria? ¿Para después terminar metiendo comida de contrabando porque no te da la billetera para comer en el restaurant? Jaja, estaba preocupada en serio. Pero la sorpresa fue gratísima: no sólo se comía genial, sino que además los precios eran super razonables para tremendo servicio y calidad de los alimentos.
Croute, mayonesa, jugo de pomeloAsí que tuve unos días a puro placer, malcriando a mi paladar: salmón, cabrito (vegetarianos, sepan disculpar), empanadas salteñas, panes caseros saborizados... Nuevamente, en el restaurant me sentía como un niño en un pelotero: creo que no iba porque tuviera hambre, sino para ver qué había ese día. Antes de que llegara el plato principal siempre traían uno o dos pasos previos con algo rico para comer: una croute con mayonesas o patés caseros, alguna entrada muy gourmet... Todo delicioso. Para rematar, el chef siempre pasaba por tu mesa para preguntarte cómo había estado todo, cómo la estabas pasando en Cafayate, qué planes tenías para los próximos días... Divino.

Dormir como una reina

Nada más lindo en vacaciones que cansarse bien durante el día para disfrutar mejor esa cama espléndida cuando nos hospedamos en un lindo hotel (también he dormido en lugares terribles, extrañando horrores mi humilde camita).
En el caso del hotel boutique que elegí, las noches no podían ser mejores: el silencio de la montaña que invita al descanso, el exquisito perfume de la lavanda natural entre las almohadas (extraídas de los campos del hotel), y la suavidad de la blanquería acariciándome la piel. Creo que el hotel es tan considerado que hasta se fijó en que haya algo de qué quejarse: la cama es tan grande que la mesa de noche queda muy lejos. Unos genios.
Así que dormí como debe dormir la realeza: rodeada de almohadas de diferentes densidades, enredada en sábanas blancas de percal y perdida en una cama inmensa.

Amanecer, otro lujo diario

El despertar también era un lujo: las habitaciones estaban catalogadas como Amanecer o Atardecer, según el espectáculo natural que se pudiera apreciar mejor desde sus amplios ventanales. Mi cuarto estaba del lado Amanecer y con vista a los viñedos, así que recibir el nuevo día era fácil.
Es increíble lo que me cuesta levantarme temprano en mi ciudad pero cómo me gusta madrugar en vacaciones. Es que si sabés que te espera un desayuno delicioso (copa de champagne incluida) y un día sin apuros, en contacto con la naturaleza, es fácil levantarse.
viñedoIgualmente, creo que lo que más invitaba a dejar la cama era ese baño amplísimo, donde el piso de cerámicos no era frío (aún en pleno otoño; esta gente pensó en todo) y donde la bañera para dos personas tenía vista a los viñedos. Así que mi plan era siempre el mismo: por la mañana, espectacular ducha a la luz del sol, y por la noche, baño de inmersión (sin derrochar agua. Culpa, culpa, culpa) mirando las estrellas.
Después de la ducha matinal, me entregaba el suculento desayuno sin apuros, disfrutando los jugos de frutas naturales (hasta creo que sentía el sabor del suelo cafayateño en cada trocito de pulpa) y la pastelería francesa que me transportaba a París sin necesidad de pasaporte. El viaje a la Ciudad Luz que me permitía cada pain au chocolat sólo era interrumpido por algún adorable acento salteño que me preguntaba si necesitaba algo más. Nada, el que necesita algo más en esta situación es un infeliz, pensaba...

La montaña, toda mía

zorro viñedo hotel
El motivo de elegir este hotel y no otro no era solamente disfrutar de un hotel de lujo unos días sino, sobre todo, estar en contacto con la naturaleza. Y fue una misión cumplida, ya que de principio a fin del día estaba leyendo al calorcito del sol de otoño, o recorriendo la propiedad en carrito de golf o caballo, buscando aves o zorros para fotografiar.


Conectar con los sentidos

Finalmente hubo que volver. No me pude quedar a vivir en el hotel, como me hubiera gustado. Pero la conexión con la montaña, y sobre todo con mis cinco sentidos, fue reparadora.
Mis ojos no podían registrar tanta belleza junta, tanta amplitud de campo, tantos matices de colores que propone el Norte Argentino, así que le confié un poco de esa tarea a mi cámara. Quienes hemos vivido toda nuestra vida en una ciudad debemos de vez en cuando hacer silencio y escuchar el viento, o los sonidos de aquellas aves que desconocemos. Pero creo que en este viaje los sentidos más beneficiados fueron el olfato, el tacto y el gusto.
A decir verdad, el gusto no se puede quejar, lo malcrío todo el año (jajaja). Pero el pobre olfato no siempre está feliz de vivir en una ciudad, así que lo llevé a los Valles Calchaquíes para que se empache de las diferentes hierbas aromáticas del camino (jugando a identificar cada una en el plato del almuerzo o la cena), de la lavanda salvaje, de los olores amaderados, del carbón ardiendo para la próxima comida...
El tacto, el gran olvidado de los sentidos (confiamos mucho a nuestros ojos, muchas veces), también tuvo su festín: desde la lluvia perfecta de la ducha, hasta la caricia aterciopelada de las sábanas, no sin olvidar la sedosidad de las amenities, que dejaban el cabello suave y la piel con el nivel justo de hidratación y oleosidad.

Como podrán imaginar, luego de unos días de disfrutar los placeres de la vida, recomiendo ampliamente hospedarse en un hotel de lujo. No por ostentación, no por frivolidad. Simplemente porque existen y, como todo en la vida, hay que probarlos.

junio 04, 2014

6 razones para odiar Nueva York

Por Verónica C.

En el post anterior te contaba cómo pasé de ignorar Nueva York a amarla, en un solo viaje. Pero también te decía que no es perfecta. Así que, para los detractores de la ciudad (alguno debe haber, yo dejé el puesto vacante!) hice una lista de razones para odiar Nueva York. Allá vamos.

El frío más frío del mundo mundial

Cuando en las películas veía Nueva York nevada pensaba que era lindo, glamoroso, hasta sexy. Pero no, es una porquería. Partamos de la base de que odio el frío. Hecha esta aclaración, la verdad es que para un viaje de bajo presupuesto (léase hostel + callejear todo el día + comer barato y en la calle) como el que hice yo, no estaba bueno tremendo frescor.
En invierno el frío de Nueva York te cala los huesos y estar todo el día en la calle es duro. Parecés el muñeco de Michelin con tanto abrigo y, a pesar de que la ropa de montaña es excelente porque te mantiene caliente y es liviana, la verdad es que hay mucho componente sintético y tenés más estática que una central hidroeléctrica.
Invierno New YorkAsí que para recorrer Nueva York en invierno (yo fui a fines de noviembre) es clave llevar ropa cómoda y abrigada y hospedarse en un lugar decente. Yo tuve suerte en todos los lugares donde estuve, ya que había buena calefacción y agua caliente: Hostelling  International, Jazz In the Park y Equity Point. La habitación no era tan cálida en el Loft Hostel en Brooklyn, pero nada terrible... Sí, en 10 días estuve en 4 hostels. Eso pasa por no reservar con anticipación.
Y volviendo al frío, era odioso sacarse los guantes para agarrar algo de la mochila. Llegaba un momento donde daba fiaca sacar una foto... Así que mi objetivo es volver en primavera (el verano es intenso también…).
Eso sí: la recompensa de tanto frío es encontrarte a cada paso con la imagen de una alcantarilla humeante, que se presta para una foto épica.

Las ratas

Las ratas y Nueva YorkHe leído historias sobre ratas en habitaciones de hotel e incluso metiéndose por cualquier huequito en las casas y departamentos. Se ve que hay muchas. Yo no tuve inconvenientes en ninguno de los hoteles que visité, pero debo decir que no quiero viajar en el metro de Nueva York de noche nunca más en la vida. Jamás pensé que pudiera ver una tremenda rata (tamaño gato pequeño) por los andenes, como si nada, a las 12 de la noche. Se ve que a esa hora consideran que el tráfico humano no es suficiente como para asustarse. La asustada fui yo, y nunca más me pude sentar tranquila en un banco a esperar el metro, ni siquiera de tarde.

Todo es un comercio

Ground ZeroLos norteamericanos son conocidos por su capacidad comercial. No casualmente son los creadores del marketing. Y la verdad es que no puedo ponerme en sus zapatos e imaginarme lo que habrá sido vivir aquel 11 de septiembre de 2001 en Manhattan. Me resultó estremecedor caminar cerca del Ground Zero y recrear en mi mente esas imágenes vistas en los noticieros hasta el hartazgo: miles de personas corriendo, aterrorizadas, por esas calles angostas. No puedo ni imaginar lo desesperante que habrá sido ver la enorme nube de polvo y estar en una isla superpoblada, sin saber qué está pasando y con todo el transporte cortado.
Sin embargo, al ir al Ground Zero me sorprendieron varias cosas: desde la gente sacándose selfies (!) hasta un local de souvenirs. ¿¿¿En serio??? ¿En serio la gente compra imanes para la heladera con la foto de las dos torres y la leyenda “We Will Not Forget” (“No olvidaremos”)? ¿En serio la gente compra un peluche vestido como un bombero y con una clara referencia a ese día? Me daba tanta pena cada souvenir, que no podía encontrar el homenaje.
Entiendo que el pueblo estadounidense tiene un nivel de patriotismo que en Argentina no tenemos, pero me costó asimilar eso. Me la pasé lagrimeando toda la visita.

La falta de "cafetines de Buenos Aires"

Sé que en unos pocos días y como turista uno no ve mucho. La visión que uno se lleva de un lugar es totalmente parcializada.
Pero me llamó mucho la atención que por los lugares más céntricos de la ciudad (Times Square, la zona del Flatiron, cerca de los edificios Chrysler y Empire State) me costara encontrar bares con vidriera a la calle, algo tan común en Buenos Aires. En general los frentes de los comercios eran bien angostos y en muchísimos casos el poco frente disponible estaba ocupado por la caja registradora, un grill, o cualquier otra cosa. Las mesas se ubicaban al fondo, sin vista al exterior.
De hecho, en Times Square quise desayunar mirando la calle porque esperaba que en cualquier momento nevara y me fue imposible encontrar un café con vista (están el Hard Rock Café y Bubba Gump Shrimp Co., pero ninguno es un lugar para desayunar), y mucho menos con un piso superior, algo bastante común en las esquinas de Buenos Aires también. Por suerte, había un Mc Donald's que cumplía con casi todas mis exigencias: vista a la calle, altura, precios aptos para mi bolsillo. Eso sí: los asientos frente a la ventana estaban todos ocupados y además un cartel tapaba bastante. Pero podía ver algo del movimiento de la ciudad mientras tomaba mi café. También está el Europa Café en la 7 y la 43 (sueno re local, no?), pero cero clima. Autoservicio, gente apurada, bastante turista... Nah.

Little ItalyEn los demás cafés donde me senté noté mucha mesa individual y gente sola. No vi que nadie usara el café como lugar de reunión de amigos.
Seguramente esos lugares existen (en Tribecca, Soho, Greenwich Village) pero yo no me los crucé y además noté mucha cultura del on the go. Todo es individual y para llevar. Eso me hizo pensar que yo no podría vivir en New York. Donde me sentí más cómoda fue en Little Italy, y no es casual: no tengo sangre italiana pero a comienzos del Siglo XX un 40% (!) de la población de Buenos Aires era inmigrante, y una gran mayoría eran italianos.

La falta de naturaleza

Patinaje sobre hielo en Bryant ParkSi en tus viajes te gusta que haya naturaleza, NYC no es el lugar para ir. Están muy orgullosos de su ciudad (para mí tienen con qué) pero no ves un espacio verde más allá del Central Park.
Recuerdo la sensación de alivio cuando llegué a Washington Square, que es como una plaza grande. Bryan Park, ni cuenta. Al menos en invierno cobra protagonismo la pista de patinaje y las áreas verdes no sólo están "peladas" sino que además están cubiertas por los puestos de una feria artesanal/de alimentos.
Si querés ver algo de naturaleza tenés que tomarte un bus hacia las cataratas del Niágara, lo que te va a quitar el día completo.

La Navidad al palo

Si odiás la Navidad, ni se te ocurra ir a NYC desde fines de noviembre hasta los primeros días de enero. Los tipos son los reyes de la Navidad. En la calle escuchás paso a paso las campanitas de las personas que están colectando dinero. En los locales suenan todos los villancicos posibles. Te encontrás lucecitas navideñas hasta adentro del inodoro. Yo creo que si entrás a Toys R Us te da un ataque. Así que preservate y andá en otra época.


Bueno, y ahora me voy a sincerar. Comencé este post tratando de hacer una lista de 10 razones para odiar Nueva York, pero sólo encontré 6! Nuevamente, NYC gana.
Si tenés más razones para odiarla, comentá!

mayo 01, 2014

New York: la ciudad que te abofetea

Verónica C.

Yo era de las que no se morían por conocer Nueva York. Pero la posibilidad asomó a mi puerta y decidí darle una chance. Mientras volaba hacia la ciudad que nunca duerme, pensaba: más te vale que estés buena, porque me cuesta mucho dinero venir a conocerte…
La llegada al aeropuerto J. F. Kennedy no es glamorosa, como yo esperaba. Desde el avión ves una costa pobretona, zonas fabriles, casas que rozan con un rancho... Yo esperaba sobrevolar la Estatua de la Libertad y los rascacielos, ¡qué decepción! Después me enteré de que eso lo ves si llegás por el aeropuerto de Newark, ese que yo discriminé por no tener (no lo comprobé) tan buenas conexiones con Manhattan en transporte público.
Pero a pesar de esa primera y efímera impresión, la ciudad se encarga de darte una soberbia bofetada y de dejarte atónito instantes después de tu llegada. Así que ahora soy de las que recomiendan fervientemente conocer Nueva York, jajaja. Te voy a contar por qué.

New York y su personalidad

New York y su personalidadSi bien me gustan mucho más los viajes a la naturaleza, lo que disfruto de ir a las ciudades es descubrir su personalidad. Como si fueran personas, hay que tomarse un tiempo para conocerlas sin prejuzgar y, luego de eso, podés amarlas, odiarlas, o serles totalmente indiferente.
Mi prejuicio consistía en que Nueva York era altanera, snob, tonta... medio Paris Hilton. Pero me parece que había hablado con un único tipo de viajero. Con lo que me encontré fue con una ciudad impactante pero cercana, sorpresiva, bella, inteligente, irónica, y llena de cultura.
Así que si tuviera que darte alguna recomendación a vos (o a mí misma) es que experimentes el mundo (sea un viaje o conocer al vecino) por vos mismo, y no por la descripción de nadie. Mucho menos por este post, claro.

La ciudad déjà vu

New York es un déjà vu permanente. Es sentir a cada paso que ya conocés ese lugar, aunque no hayas estado nunca ¿Tan fuerte es la penetración cultural?
La ciudad déjà vu
Todavía recuerdo la confusión que sentí cuando, llegando a mi hostel cerca del Harlem, ví unas casas muy lindas, iguales a las de las películas. Tenía la extraña sensación de haber estado ahí antes. Pero no, no estuve nunca. Chequeé mi pasaporte, está confirmado: ¡es la primera vez que ingreso a Estados Unidos! ¿Pero entonces por qué tengo esta sensación? No lo sé. Me pasó mil veces durante el viaje. En vez de avanzar sorprendiéndome a cada paso con algo nuevo, la sensación era que iba "redescubriendo" un lugar que ya había visitado o soñado. Muy loco.

NYC y Buenos Aires, no tan diferentes

Otra sensación maravillosa fue conocer Wall Street (sí, puede que sea lo menos relevante para la mayoría de los turistas). Estaba ansiosa por verla vacía, un domingo a la mañana. Me la imaginaba gris, metálica, ideal para las fotos. No era taaaaan así pero no me decepcionó.
Wall StreetDe todas maneras lo más sorprendente fue que resultó mucho más parecida a la city porteña de lo que me hubiera imaginado jamás. Quitando el Trump Building que es altísimo, Wall Street me resultaba bastante parecida a la zona de Reconquista y Corrientes en Buenos Aires.
Habrá quienes dirán que tengo una imaginación muy amplia, pero los andamios en las fachadas de los edificios en refacción, las calles estrechas, vacías el domingo pero esperando a convertirse en un hormiguero el lunes, tenían un clima muy similar a la zona de negocios de mi ciudad.

¿Qué tiene el famoso Central Park?

Me daba bastante curiosidad ver qué tenía el Central Park para que locales y extranjeros estuvieran tan locos por él. Así que dediqué un día a recorrerlo. No había otra cosa en la agenda. Hoy: Central Park. Y veamos quién gana, él o yo.
Así que fui hasta el Museo Guggenheim, crucé la calle, y me adentré en el parque no sin antes comprarme un pretzel caliente en un puesto callejero. ¡Creo que lo comí con los guantes puestos, del frío que hacía! Por eso no hay fotos del humeante pretzel relleno con vaya uno a saber qué. No me lo cuestioné. Estaba bueno y necesitaba calorías. Es como de masa de pizza y entre el relleno me pareció ver morrón colorado. Suficiente información para mí. Entremos al parque nomás.
Central Park
Adentrarse en Central Park implica olvidarse de que uno está en una ciudad. Primera sorpresa. Estoy quizás a 100 metros de la Quinta Avenida y no se escucha nada. Además, quienes están en el parque a media mañana de un día de semana no están estresados: gente haciendo deporte, paseando mascotas...
Segunda sorpresa: está lleno de ardillas. Para quienes somos del hemisferio sur, ver ardillas es mágico. Bah, no sé, habrá gente que las odiará. Yo podría pasarme el día mirándolas. Son escurridizas, así que tratar de ver una es divertido.
Tercera sorpresa: voy caminando por un lugar del parque donde estoy completamente sola. No hay nadie más que las ardillas y los pájaros en los árboles. Me dirijo a uno de los tantos puentes que tiene el parque, para cruzarlo por debajo. A medida que me voy acercando escucho el Ave María. Empiezo a acelerar el paso hacia el sonido, medio desorientada. No sé si el sonido está viniendo desde el puente o desde otro lado. No sé si dejarme llevar por los ojos o por el oído. Por suerte ambos me llevan al mismo lugar, justo cuando está terminando el Ave María, una canción que me encanta. Debajo del puente había un chico joven (20 y tantos años), con pinta de futuro actor de Broadway, aprovechando la acústica maravillosa de ese lugar que proyectaba su voz cristalina a más de 100 metros de ahí. Soy bastante tímida, me daba cosa decirle algo. Pero la verdad es que sonaba demasiado bien y me había regalado, sin saberlo, un momento mágico. ¿Cómo no agradecérselo de alguna manera? Me imaginé que si se animaba a cantar ahí, debía ser artista. Así que pensé que un "Brávou!" sería lo mejor que le podría decir. Sonrió, sorprendido y agradecido.
Yo seguí mi camino hacia la próxima sorpresa: una visita guiada gratuita por el parque. No sabía que existían pero me sumé y allí descubrí que en realidad el Central Park tiene poco de natural, es todo un proyecto de paisajismo. Y lo más loco: es el primer trabajo del paisajista que lo diseñó. Ya estoy empezando a querer este parque...
Sigo recorriéndolo y a cada instante me encuentro con una postal divina: un banco de madera solitario en el medio de una alfombra de hojas secas que pareciera que hace días que nadie pisa, unos puentes hermosos (alguno me suena conocido de alguna película de Woody Allen), un puesto de café justo cuando ya me estoy muriendo de frío otra vez, el homenaje a John Lennon (Strawberry Fields Memorial), y así...

- Veredicto: el Central Park me ganó por goleada.
- Nota mental: volver para un picnic un domingo junto a los neoyorkinos, cuando haga calorcito.


No alcanzan los ojos

Más allá de que la ciudad te cautive o no, algo en lo que creo que todos podemos coincidir es en que no alcanzan los ojos para ver todo lo que hay. Porque tenés los cientos de íconos que el cine te mostró mil veces (la Estatua de la Libertad, el edificio Chrysler, el Puente de Brooklyn, etc.), más aquellas pequeñas cosas que te gustan sólo por estar en una ciudad extraña (la señalética. ¿Quién no le sacó una foto a los cartelitos de “One Way”?), más todo lo nuevo que no viste ni leíste en ningún lado (incluso si estuviste hace poco).
Para mí, la experiencia más abrumadora en este sentido fue bajar del avión, dejar las cosas en el hostel e ir a Times Square. Creo que ahí fue cuando la ciudad me dio su primera bofetada y me sacó de esa actitud “¿a ver qué tenés para mí, Nueva York?” que llevaba.
New York desde Top of the RockLlegar a Times Square de noche es agobiante, de alguna manera. Recuerdo que me sentía una campesina. Quería mirar a la gente, a los carteles de led enceguecedores, ver qué obras estaban en Broadway, mirar esa esquina icónica, y todo sin caer en alguna alcantarilla abierta (por suerte no las hay) o ser atropellada por no mirar el semáforo (mucho más probable).
Más allá de esta sensación abrumadora, recomiendo ampliamente ver Times Square por primera vez de noche. De día no tiene tanta gracia.

Ni hablar de subir al Top of the Rock (Rockefeller Center). Hacete un favor: subí al atardecer o una vez que ya es completamente de noche y después de haber recorrido la ciudad por varios días. No vas a poder creer la cantidad de luces que hay en esa ciudad y, cuando lo ponés un poquito en perspectiva, no vas a poder creer la altura de esos edificios (incluido en el que estás vos). Los angloparlantes tienen una muy buena palabra para describir esta experiencia: breathtaking (que te quita el aliento).

New York, clásica y moderna

Como las personas bellas, New York resiste el paso del tiempo con más que dignidad. Lo hace con garbo.
Es como cuando ves una foto de alguien agraciado físicamente. No importa si la foto es de hace 1 año, 10 o 100, se ve linda igual. Bueno, Nueva York es así.
En los años 30s, 40s, 50s, 60s era glamorosa, elegante. En los 70s, 80s, 90s, era cool. Y lo sigue siendo. Es una ciudad que tiene su belleza clásica intacta y lleva con buen gusto la modernidad. Nunca hubiera imaginado que había buena arquitectura para ver; en mi ignorancia pensaba que todo eran rascacielos, no sé.
New York resiste una foto color y una blanco y negro. Ahora, hace 50 años, o en los próximos 50.

De la indiferencia al amor hay un solo paso

Y así fue como, de ignorarla totalmente pasé a amarla. Así es Nueva York. Te atrapa aunque te resistas, como yo. Y, como las personas, no es perfecta.
En mi opinión, es una ciudad para visitar varias veces. La primera vez podés visitar todos los clichés: Central Park, Times Square, el Puente de Brooklyn, la Estatua de la Libertad, Broadway, Wall Street, los museos, hacer shopping, etcétera, etcétera y más etcéteras. La ciudad es grande y tiene miles de cosas para ver.
Pero en tu segunda visita ya podés dedicarte a caminar más, a ir a los bristós y bakeries, ver qué hacen los fines de semana los neoyorkinos, etc. Es decir, mezclarte más con los locales e indagar en las cosas que a vos te gusten: comida, cultura popular, arquitectura, artes escénicas, lo que sea. Seguro que Nueva York lo tiene.

abril 05, 2014

Oaxaca, corazón (y estómago) de México

Oaxaca de Suárez Centro Histórico
Por Verónica C.

Oaxaca (léase "Oajaca") podría ser no sólo la capital gastronómica -como muchos afirman- sino también la capital cultural de México. Quienes viven en el D.F. los lunes cuentan qué comida oaxaqueña comieron el fin de semana en un nuevo restaurant, puesto callejero, o en su propia casa a manos de alguna buena cocinera. Oaxaca es, a los mexicanos, lo que son Salta (con sus humitas y tamales), Tucumán (con sus empanadas), o Mendoza (con sus vinos) a los argentinos. Allí se originan muchas costumbres y comidas que ya son de todos los mexicanos, y que los representan en el mundo entero. Por si queda alguna duda de la importancia culinaria de la ciudad, hasta tiene un queso nombrado en su honor, que se come en todo el país.

Cuando decidí viajar a Oaxaca mi amiga Susana me dio una lista (¡una lista!) de todo lo que tenía que tomar y comer para hacer la experiencia completa. Lista en la que colaboraron varios amigos mexicanos. Cada uno agregaba su “imperdible”, mientras yo me preocupaba por cómo comer todo eso en tan sólo dos días.

Era viernes. Terminé de trabajar y salí corriendo al aeropuerto. El tráfico del D.F. es conocido por su imprevisibilidad y no quería perder el vuelo. Llegué a la ciudad de Oaxaca de Suárez, capital del estado, por la noche. Recorrí un poco las hermosas calles del centro, llenas de turistas y edificios coloniales y barrocos, que resisten los movimientos constantes de una de las ciudades más sísmicas del país.
Me perdí viendo grupos de gente por aquí y por allá, ensayando para un desfile público. Es que llegué en plena Guelaguezta, la fiesta popular más importante del estado, dedicada a Centéotl, diosa del elote (maíz). En la actualidad La Guelaguetza se convirtió en un espectáculo de música y baile que se realiza en un anfiteatro al aire libre y se televisa, al mejor estilo de los festivales argentinos de Cosquín o Jesús María.

Mesa mexicanaPapel picadoMi estomago se encargó de recordarme la lista y devolverme al Centro Histórico. Entré en un restaurant y me sorprendí gratamente con una explosión de color ¡Estaba en México! Al menos ese restaurant cumplía con lo que en mi cabeza México debía ser: el techo estaba plagado de los típicos banderines de papel troquelados y multicolores a los que los mexicanos llaman “papel picado”, las mesas tenían banderas coloridas y los manteles verdes aludían inevitablemente a la bandera nacional.

Sopes y tamales
Ordené lo que me pareció más tradicional, olvidando que lo más tradicional en las mesas mexicanas es la abundancia. El menú estaba compuesto por tres pasos pero a mí me parecían treinta. Con curiosidad (y esfuerzo), probé la sopa, los sopesitos y los tamales con mole. Todo rico. Todo picante. Para apagar el fuego me valí de los totopos (que los argentinos llamamos, erróneamente, nachos) y de la refrescante agua de piña. Me sentí vencida por la comida. Probé todo pero no terminé nada. Destrocé los tamales envueltos en hojas de plátano porque no supe cómo comerlos (la explicación del mesero llegó un poco tarde).

Chocolate caliente y pan de yemaA la mañana siguiente lo que menos me preocupó fue recuperarme del atracón nocturno. La lista seguía ahí, mirándome fijo, y recordándome que me quedaban menos de 48 horas para completarla. Así que salí a la calle enfrentando el frescor matinal de verano y me dejé llevar de las narices por el aroma a chocolate de las calles cercanas al Mercado 20 de Noviembre. Las chocolaterías todavía no estaban abiertas pero dejaban escapar su perfume exquisito.
No encontraba ningún lugar abierto para desayunar cuando pasé por la puerta de un sencillo hotel. Salía un hipnotizante olor a chocolate caliente, como si el mismísimo Moctezuma lo estuviera revolviendo. Pensé que con ese lugar no podía equivocarme y, aunque mis ojos no se sentían tentados, mi olfato me decía que no lo dudara.
Al sentarme, me preguntaron si quería mi chocolate con agua o con leche. Respondí "con leche, por favor". Mientras esperaba inspeccioné el lugar detalladamente hasta que frente a mí ví el nombre: Chocolate Posada. Listo, nada podía fallar. Y así fue.
El chocolate llegó en una taza generosa, de boca ancha y, si uno hacía el suficiente silencio, podía escuchar las burbujas explotando, como cuando uno exagera con el jabón y el agua no llega a llevarse todo de la pileta. El xocolatl había venido espumoso, tentador, como aquellos cafés con leche que ya cuesta conseguir en Buenos Aires. A su lado, un pan de yema completaba el austero cuadro. Me gustan los desayunos más opíparos, pero me dejé sorprender y taché dos ítems más de mi lista cruel.
El pan de yema tiene una textura parecida al pan dulce que comemos los argentinos para navidad, aunque es un poco más esponjoso y también, para mi gusto, más rico, más "avainillado", si es que existe esa palabra. Para ser breve, odio el pan dulce pero el pan de yema me gustó.
Mientras disfrutaba del calor que me aportaba ese chocolate en la mañana fría, me di cuenta: ahhhhh, "Como Agua Para Chocolate"!  No leí el libro de Laura Esquivel ni vi la película de Alfonso Arau, así que tardé en hacer la asociación, pero ahí comprendí que para los mexicanos debe ser mucho más usual tomarlo con agua que con leche.

Durante un fin de semana y entre las visitas al Tule, Mitla, Monte Albán y Hierve El Agua, me las arreglé para reducir los pendientes de mi lista. Estaba de suerte; mi llegada a Oaxaca también había coincidido con el Festival de los 7 Moles. Así que probé mole de ollamole rojomole negromole coloradito… Pero un poquito de cada uno ¿Por qué? Porque no sólo también tenía que probar la sopa de chayote sino que en el lugar donde paré tenían mi comida mexicana favorita: pozole.
Sopa de chayote
PozoleEsta especie de sopa prehispánica hecha a base de granos de maíz (que no estaba en la lista) lleva carne de pollo o de cerdo como ingrediente secundario, según la región en la que se esté. Yo siempre lo comí con pollo y, aunque en cada lugar es distinto, siempre es igual de rico.

Café de ollaRematé el festín para mis papilas gustativas con el famoso café de olla, que me sorprendió porque, a pesar de su color oscuro, no es fuerte y siempre llega a la mesa con el nivel justo de dulzura ¿Cómo hacen? Pero lo más sorprendente es el viaje en el tiempo que propone cada taza. Resulta fácil retrotraerse a fines del 1800 con los recipientes de cerámica rústica en las cuales se sirve siempre este café. Cuando acercaba el pocillo a mi boca no sé si el aroma, el humo o qué me hacían imaginar, inmediatamente, una cocina a leña, un vestido con miriñaque, unos sartenes de cobre colgando del techo, y ese café, servido por alguna criada. Suena ridículo que en pleno siglo 21, con un smartphone en la mesa, pudiera abstraerme así. Pero juro que el café de olla lo logró, cada vez.

Agua de chilacayota
Luego de la caminata el calor de la tarde se hacía sentir. Y, a decir verdad, el mezcal probado también. ¡Sí, porque mi lista también incluía mezcal! En las fábricas de este destilado oaxaqueño te dicen “Para todo mal, mezcal. Para todo bien, también. Y si no hay remedio, litro y medio" y, con esa excusa, te hacen probar más de la cuenta. Así que paré a descansar un poco y me fijé si mi lista tenia algo que pudiera acompañar ese momento. Por supuesto que sí. Me acerqué a un puesto callejero y me pedí un agua de chilacayota. Su sabor me recordó al de una compota, de manzana o de ciruela. Era refrescante pero no me encantó. Las que estaban felices eran las múltiples avispas que había, así que decidí cederles mi bebida para que la disfruten y dejen de aterrorizarme.

Tlayuda con tasajoSe me iba terminando el fin de semana y mi lista seguía torturándome. Así que me fui al Restaurant Hostería de Alcalá para la última cena, que dediqué a otro plato muy típico, de esos de los que no podés de dejar de probar porque si no es como si no hubieras estado ahí: tlayuda con tasajo. Se trata de una tortilla mexicana que viene con tasajo (un corte de carne de res) y tomate, lechuga, queso, palta, etc. Estaba buenísima, pero me había pasado el fin de semana comiendo. Así que con todo el dolor del alma dejé gran parte en el plato y me fui. Al día siguiente me iba a dedicar a buscar el alebrije perfecto y la Catrina más linda, para lo que necesitaba estar descansada y liviana.

Con la pesadez de media lista recorrida me dirigí nuevamente al Centro Histórico, para verlo de día.
CatrinaBarro Negro de OaxacaAhí comprobé que Oaxaca no es sólo una exuberancia de sabores, sino que también es una explosión color. El barro negro de las artesanías contrasta con los escandalosos colores de las Catrinas (esas señoras bien ataviadas pero ¡muertas! que son tan características) y los alebrijes, una de las expresiones artísticas más exquisitas de todo el país. Los alebrijes son seres (muchas veces mezcla de varios animales, reales o mitológicos) nacidos en la imaginación o los sueños del artista. Por eso, no hay dos iguales.



Cuando el avión ya me estaba mostrando Oaxaca desde el cielo -la cantidad de estímulos a los que uno se ve expuesto no dejan tiempo para la reflexión- llegué a la conclusión de que la ciudad es un estallido para los sentidos. Olores, colores y sabores en su máxima expresión. Es el baile y es la muerte. Es el chile que pica en la lengua y el chocolate que la acaricia. Es el negro del barro y los colores estridentes. Oaxaca es, para mí, el corazón de México.

En cuanto a mi lista, voy a tener que volver para completarla...