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octubre 16, 2015

Barcelona: música para mis oídos


Barcelona inspiraUna amiga mía, buscando un nuevo rumbo, me dijo un día: “no sé lo que quiero pero me voy a Barcelona a pensarlo frente al mar”. Me pareció un poco exagerado pero en cuanto pude fui a visitarla para entender el porqué de su decisión.
A través de la experiencia que te voy a contar vas a encontrar links para escuchar los sonidos de Barcelona. Si alguna vez fuiste, seguro, los vas a reconocer.

La ciudad bulle pero no grita

Apenas bajada del avión y llegando a Plaza España con el bus oficial del aeropuerto noté algo: no se escuchaba ni una sola bocina a pesar de estar en plena hora pico de un día de semana. Sólo se escuchaba alguna bicicleta o ciclomotor de vez en cuando. Nada de gritos, motores o bocinazos. Lo único que logra alterar a la ciudad entera es cuando gana el Barça, nada más. Empezaba a sospechar que los catalanes saben vivir la vida y que no se van a volver locos por llegar cinco minutos antes a las próximas tapas. (porque, convengamos, esa gente vive de tapas, jajaja). Era el nivel de orden justo que iba a buscar, para descansar un poquito del caos de Buenos Aires.

Entender el catalán: una misión no tan imposible

calles de BarcelonaAl entrar al metro también me sorprendió que lograban comunicar las estaciones y el cierre de puertas sin lastimar el oído; el subte de Buenos Aires es mucho más ruidoso. Durante mi estadía en Barcelona me divertí jugando a entender los anuncios en catalán en el transporte público o en los museos. Te sentís un groso porque se entiende casi todo. Pero un diálogo entre dos catalanes ya no es tan sencillo de seguir…
De todas maneras, no escuché tanto catalán como me imaginaba. Se comenta tanto que te hablan todo en catalán aunque no entiendas, que iba con miedo. Pero no sólo escuchaba a los locales hablar en castellano (al menos por la calle), sino que además nadie me hizo pasar ningún mal momento producto de su nacionalismo. Pero hay un dato clave por el cual se entiende por qué Barcelona es considerada una de las ciudades top del mundo: por sus calles se escuchan tantos acentos como por las calles de New York. Por la calle se escuchan miles de idiomas, especialmente el italiano. Me parece que debe haber más italianos que catalanes en la ciudad...

Los bares, centro de la vida social

En BCN la gente sale. Mucho. Los lunes, los martes, los miércoles… y así. Y lo que vi (o escuché) yo es gente sentada en las mesas de los bares al aire libre relajada, hablando de la vida. Los diálogos no contienen drama, los que dialogan no están exaltados, los amigos no se están poniendo al día después de no verse por una semana. Parecen charlar los pequeños detalles de la vida, del aquí y ahora, como continuando la charla de ayer.

Los sonidos de la playa

Cuando se trata de la playa, en BCN hay dos sonidos clave: uno, el ir y venir de las olas. El otro, los “pakis” que interrumpen charlas al grito de "cerveza - agua - bir" (léase beer, cerveza en inglés).
Los pakis son todos aquellos provenientes de Pakistán (o no. Si tenés la piel oscura, no hablás bien castellano ni catalán y tenés un minimercado o vendés cerveza en la playa, sos Paki). Al principio me chocó esta estigmatización, pero después recordé que en Argentina cuando vamos al super vamos "al chino", y se me pasó la moralina.
Fuera de eso, las playas no son ruidosas. No hay gente gritando de lado a lado de la sombrilla por un sándwich de milanesa, ni escuchando música al palo. ¡Ni siquiera ladran los perros! Conclusión: los argentinos somos muy ruidosos… #chocolateporlanoticia

Sonido divino

De todos los sonidos que me traje de BCN, hay uno que no puedo quitar de mi cabeza. Quizás no sea el más lindo, ni el más relajante pero es un sonido que esperé mucho tiempo para conocer. Deseé por 20 años visitar la Sagrada Familia, la increíble obra de Gaudí que, se estima, estará terminada para 2026 (la construcción comenzó en 1882, vale aclarar).
Todavía recuerdo el murmullo constante dentro del templo y, a pesar de que recorrí el interior, el exterior y las torres quiero volver a escuchar ese sonido. Mientras tanto, comparto un brevísimo y caserísimo video de cómo se baja por las estrechas torres de la Sagrada Familia:




julio 03, 2014

Viajar solo: lo que te puede pasar

Por Verónica C.

Creo que el mundo se divide entre los que han viajado solos alguna vez y los que no lo han probado nunca.
Cada vez que me preguntan si entre mis consejos de viajes incluyo viajar en solitario, siempre digo que sí. No importa si sos hombre o mujer, joven o viejo, es una experiencia que toda persona debería tener una vez en la vida, a pesar de todo lo que te puede pasar...

Cómo comencé a viajar sola

viajar solo
Tenía ganas de ir a un lugar que queda a más de 1.100 km. de Buenos Aires y no había dinero para aviones en esa época... Así que, para evitarme un viaje largo en ómnibus, decidí ir parando en las ciudades intermedias.
Pero la inexperiencia es la mejor maestra: no reparé en que las ciudades que iba a visitar no eran especialmente atractivas, que iba sola por primera vez y que iba con mis problemas a cuestas. Todo listo para un combo letal.
Ese viaje no lo disfruté, pero aprendí mucho. Aprendí que los problemas van con uno a donde uno vaya, por eso la solución no es viajar: la solución es tomar el toro por las astas y resolverlos. Me ahorré mucho sufrimiento y dinero con ese descubrimiento, solamente.

No dejes para mañana lo que puedas viajar hoy

Aún sin haberlo pasado muy bien en ese primer viaje solitario, reincidí y, años después, volví a viajar sola. Nuevamente mis necesidades, tiempo y/o presupuesto no coincidían con los de los demás. Y no quería que me volviera a pasar algo de lo que todavía me estoy arrepintiendo: cuando tuve el tiempo y el dinero para ir a recorrer Europa no lo hice porque no tenía con quién ir. Quince años después, todavía estoy esperando que los planetas se alineen para poder hacer ese viaje. Ya va a llegar.

Mujeres viajando solas

mujeres que viajan solas Cuando anduve por otros países, siempre había alguien que me decía "¿Estás viajando sola? ¡Qué valiente!". ¿La verdad? Nunca estuve de acuerdo con esa afirmación. Para mí un valiente es alguien que se aventura a lo totalmente desconocido, a hacer algo riesgoso.
Así que aquí va un primer mito a desterrar, para aquellos que nunca viajaron solos: no requiere de valentía. Uno puede elegir el grado de aventura que desea ponerle. Se puede ir a una ciudad, hospedarse en un hotel y contratar excursiones o hacer dedo, dormir en campo abierto y darte un chapuzón en el Amazonas. Eso depende de vos.

¿Cualquiera puede viajar solo?

Probablemente no pero, justamente, mi consejo es que lo pruebes, para saber si estás en el grupo de los que disfrutan u odian viajar solos. En cualquiera de los casos, vas a aprender mucho sobre vos mismo y tus siguientes viajes van a ser mejores.

¿Se puede ir solo a cualquier lugar?

lugares para viajar soloSi bien hay lugares para viajar con amigas, sitios para viajar con pareja, destinos para visitar en familia, etc., creo que casi todos los lugares son para viajar solo también. 
Las grandes ciudades te mantienen entretenido, hay mil cosas para ver y hacer. Es difícil encontrar un rato para aburrirse. Por otro lado, los destinos con más naturaleza (ciudades de playa, pueblos en la montaña, etc.), permiten bajar el ritmo y pensar. A veces necesitamos eso. A veces lo que menos queremos es pensar. 
Estas son las que cosas que hay que tener en cuenta al momento de decidir el próximo viaje. Es decir, no vayas a una isla romántica si te acabás de pelear con tu pareja...


Viajar solo: todo lo que te puede pasar

Cosas malas te pueden pasar en cualquier lado, incluso en la puerta de tu casa. Así que ya desterramos dos mitos:
- no viajo solo/a porque hay que ser valiente
- no viajo solo/a porque es peligroso

Por mi parte, viajando sola me pasaron estas cosas terribles:

- La gente se me acerca a hablarme (en hoteles, en excursiones, en el transporte público...), porque no interrumpe ninguna charla.
- Si necesito algo (una indicación, un mapa), siempre tengo más ayuda si lo voy a pedir yo sola que si voy en grupo.
- Tengo tiempo en silencio para pensar, para escuchar el sonido del viento o de las hojas que crujen bajo los pies. Muchas veces, viajando en compañía uno ocupa el tiempo en charlas superfluas (no siempre, claro).
- Me di cuenta de que tenía muchas más habilidades de las que creía. Al estar con otro, hay cosas que no ejercitás porque el otro es el que se encarga de llegar a tiempo al transporte, hacer una reserva, encontrar el camino al hotel, etc. Viajando solo prestás atención a todo, porque toda información sirve. 
Viajando solo/a te das cuenta de lo que te gusta y, también, de lo que no te gusta. Pero, sobre todo, te das cuenta de que la vida es demasiado corta para estar haciendo cosas que no te gustan. Entonces, sin ofender a nadie, empezás a decidir. ¿No te gusta lo que va a hacer el nuevo grupo que acabás de conocer? No vas. Cuando te relacionás con extraños te das cuenta de que la vida debería ser más sencilla y que está en tus manos poder hacerlo. Seguramente, cuando vuelvas a casa empieces a tomar algunas de esas decisiones con tu gente querida, y vas a descubrir que todo era mucho más sencillo de lo que vos querías creer.

Ángeles guardianes en el camino

De todas las cosas que me pasaron viajando sola, hay una que me sorprendió y me dio fe en la raza humana. Sí, así.
Resulta que no me gustan los aviones. Y viajando sola descubrí que esos momentos en los que viene el miedo (no es todo el tiempo, son momentos) son más crueles si uno no tiene con quién compartirlos.
Iba de Guadalajara a México DF. Como siempre, llegué al avión y me acomodé en el asiento de la ventana. Le tenía tanto miedo al giro post despegue que me obligué a sentarme en la ventanilla y mirar durante muchos vuelos, cual escena de La Naranja Mecánica. Ahora puedo decir que sigo sin disfrutar ese momento pero es un miedo superado. En el asiento del medio se sentó una señora y, en el del pasillo, su marido.
Image by Cuando llegó el momento del despegue yo me puse tensa, como era normal (nótese que digo "era"), pegando la cabeza al respaldo y las manos a los apoyabrazos. Debería tener cara de condenada a muerte... jaja. Cuando el avión hizo su giro habitual, debo haber insultado o algo así, porque la señora no pudo evitar mirarme y reírse un poquito. Ahí empezamos a charlar, auspiciadas por la simpatía de los mexicanos.
María me preguntaba qué andaba haciendo y se maravillaba con los viajes que le contaba que había hecho por México, más todos los que tenía planeado hacer. Me preguntaba con curiosidad pero también con preocupación de madre. Y yo, que luego de 6 meses ya estaba extrañando un poco a la mía, jugaba el juego: ella se preocupaba por mí, y yo la dejaba.
Charlamos de la vida, de la salud, del ritmo del DF, de los viajes, etc. Charlamos tanto (y se portó tan maternalmente conmigo), que María hasta me pasó el dato de un oftalmólogo cuando supo que tengo problemas de visión, y me dio su teléfono por si alguna vez necesitaba algo. Me llenó el alma saber que puede haber gente tan tierna ahí afuera, dispuesta a ayudarte porque sí.
El vuelo Guadalajara - DF es breve, así que pronto ya estábamos iniciando el descenso. Seguimos charlando, pero cuando nos acercábamos a la pista, María se distrajo un poco de la charla. Necesitaba mirar a su marido para saber si estaba bien, ya que él también le temía a los aviones.
Así que María se acomodó en su asiento, nos miró y nos tomó a los dos de las manos al tiempo que respiró hondo y dijo "vamos". Cuando las ruedas del avión tocaron la pista (ese momento en el cual uno no sabe si está todo bien o no), María apretó mi mano más fuerte, como diciendo "sigo acá". Y cuando el ruido de los motores nos indicaba que la velocidad ya estaba descendiendo, María levantó las manos de ambos y festejó, como diciendo "lo hicimos otra vez (a su marido). Lo hicimos juntos (a mí)".

Nunca estás solo. Estás con vos mismo


Así que, paradójicamente, lo que más aprendí viajando sola es que nunca estás solo. Siempre estás con vos mismo y, eventualmente, con alguien que quiere compartir un rato de su tiempo. Al fin y al cabo, ¿la vida no es eso?
Si bien también me gusta (y prefiero) viajar acompañada, sigo sin entender de qué tienen miedo los que quieren viajar solos pero no se animan ¿Tiene miedo de estar consigo mismos?
Y a los que le tienen miedo a lo desconocido, a las sorpresas, sólo puedo dejarles una reflexión final: si pensás que la aventura es peligrosa, probá la rutina: es letal.



junio 10, 2014

Hoteles de lujo: ¿pecado capital o experiencia necesaria?

Por Verónica C.

Como ya habrán leído en un post anterior, mis viajes son low budget (de bajo presupuesto, en buen romance). No soy lo que se dice una mochilera pero en todos los viajes que se comparten en este blog hubo clase turista, hostels, ahorro y mucho esfuerzo para hacerlos.
Pero justamente porque no soy una mochilera y porque una va creciendo (en edad, no en maduración) es que a veces una no tiene ganas de compartir una habitación con 11 personas más, caminar cargada con una mochila, viajar en un autobús con gallinas, y esas cosas que suelen pasar. Y éste era el caso para mi último viaje.

¿El lujo es vulgaridad? 

hotel CafayateEstaba cansada, había tenido un año intenso y cuando llegara a casa debía seguir al máximo. Así que busqué un lindo hotel, donde me consintieran todo lo que se pudiera.
El destino: Cafayate, en Salta, Argentina. Un lugar famoso por sus vinos y la inigualable belleza de las montañas que lo enmarcan, que lo protegen celosamente. Así que la primera gran decisión fue elegir un hotel en el medio de las montañas, no en la ciudad, donde tendría toda la infraestructura que necesitaba (restaurantes, cajeros automáticos, kioscos, taxis), pero no sabía cuánto iba a poder ver las montañas.

La llegada

Llegué a Cafayate de noche, tipo 10. Tomé un taxi y en 5 minutos (literal, quizás menos) estuve en la puerta del hotel. Al llegar, el despliegue: gente que te abre la puerta del taxi, gente que toma tu valija, gente que te espera al pie de las escalinatas y te llama por tu nombre... No estoy acostumbrada a tanto, así que estaba un poco confundida y sentía que me hablaban todos juntos. Pero me dejé llevar. Me dejé mimar, digamos.
viñedo hotel cafayateApenas pisé el lobby me ofrecieron una copa de vino local, que rechacé porque no tomo vino, así que me ofrecieron una botella de agua de la que tomé dos sorbos porque mi checkin estuvo listo en segundos. Dos personas del hotel me acompañaron por los pasillos mullidamente alfombrados y se las arreglaron para explicarme lo mínimo que necesitaba y desaparecer para dar paso a mi privacidad. Amo ese exquisito manejo de los tiempos que hacen los verdaderos entendidos en hotelería y demás servicios al turista...

Mi ritual secreto

Apenas se fueron empezó mi ritual. Cuando me hospedo en hoteles buenos (lo que no es muy seguido), no hay cosa que me divierta más que aquellos primeros minutos sola en la habitación. Soy como un niño en un parque de diversiones. Miro si dejaron algo de cortesía para comer o tomar, pruebo lo mullido de la cama y las almohadas, la suavidad de las sábanas, qué hay en el frigobar (obbbbbvio!), si las toallas son suaves, si hay bata, cómo son las amenities (el shampoo, el jabón...). Pavadas, pero me encanta. ¡Levante la mano el que no hace esto, por dios!

Comer, placer de los dioses

Una de las ventajas del hotel que elegí es que tenía un restaurant gourmet, así que no necesitaba ir al pueblo todos los días para comer. ¡Estaba tan cansada que ni eso quería! Aunque como el dinero no me sobra, pensé que podía resultarme caro comer ahí y estaba un poco preocupada. Pensé: ¿para qué te hacés la millonaria? ¿Para después terminar metiendo comida de contrabando porque no te da la billetera para comer en el restaurant? Jaja, estaba preocupada en serio. Pero la sorpresa fue gratísima: no sólo se comía genial, sino que además los precios eran super razonables para tremendo servicio y calidad de los alimentos.
Croute, mayonesa, jugo de pomeloAsí que tuve unos días a puro placer, malcriando a mi paladar: salmón, cabrito (vegetarianos, sepan disculpar), empanadas salteñas, panes caseros saborizados... Nuevamente, en el restaurant me sentía como un niño en un pelotero: creo que no iba porque tuviera hambre, sino para ver qué había ese día. Antes de que llegara el plato principal siempre traían uno o dos pasos previos con algo rico para comer: una croute con mayonesas o patés caseros, alguna entrada muy gourmet... Todo delicioso. Para rematar, el chef siempre pasaba por tu mesa para preguntarte cómo había estado todo, cómo la estabas pasando en Cafayate, qué planes tenías para los próximos días... Divino.

Dormir como una reina

Nada más lindo en vacaciones que cansarse bien durante el día para disfrutar mejor esa cama espléndida cuando nos hospedamos en un lindo hotel (también he dormido en lugares terribles, extrañando horrores mi humilde camita).
En el caso del hotel boutique que elegí, las noches no podían ser mejores: el silencio de la montaña que invita al descanso, el exquisito perfume de la lavanda natural entre las almohadas (extraídas de los campos del hotel), y la suavidad de la blanquería acariciándome la piel. Creo que el hotel es tan considerado que hasta se fijó en que haya algo de qué quejarse: la cama es tan grande que la mesa de noche queda muy lejos. Unos genios.
Así que dormí como debe dormir la realeza: rodeada de almohadas de diferentes densidades, enredada en sábanas blancas de percal y perdida en una cama inmensa.

Amanecer, otro lujo diario

El despertar también era un lujo: las habitaciones estaban catalogadas como Amanecer o Atardecer, según el espectáculo natural que se pudiera apreciar mejor desde sus amplios ventanales. Mi cuarto estaba del lado Amanecer y con vista a los viñedos, así que recibir el nuevo día era fácil.
Es increíble lo que me cuesta levantarme temprano en mi ciudad pero cómo me gusta madrugar en vacaciones. Es que si sabés que te espera un desayuno delicioso (copa de champagne incluida) y un día sin apuros, en contacto con la naturaleza, es fácil levantarse.
viñedoIgualmente, creo que lo que más invitaba a dejar la cama era ese baño amplísimo, donde el piso de cerámicos no era frío (aún en pleno otoño; esta gente pensó en todo) y donde la bañera para dos personas tenía vista a los viñedos. Así que mi plan era siempre el mismo: por la mañana, espectacular ducha a la luz del sol, y por la noche, baño de inmersión (sin derrochar agua. Culpa, culpa, culpa) mirando las estrellas.
Después de la ducha matinal, me entregaba el suculento desayuno sin apuros, disfrutando los jugos de frutas naturales (hasta creo que sentía el sabor del suelo cafayateño en cada trocito de pulpa) y la pastelería francesa que me transportaba a París sin necesidad de pasaporte. El viaje a la Ciudad Luz que me permitía cada pain au chocolat sólo era interrumpido por algún adorable acento salteño que me preguntaba si necesitaba algo más. Nada, el que necesita algo más en esta situación es un infeliz, pensaba...

La montaña, toda mía

zorro viñedo hotel
El motivo de elegir este hotel y no otro no era solamente disfrutar de un hotel de lujo unos días sino, sobre todo, estar en contacto con la naturaleza. Y fue una misión cumplida, ya que de principio a fin del día estaba leyendo al calorcito del sol de otoño, o recorriendo la propiedad en carrito de golf o caballo, buscando aves o zorros para fotografiar.


Conectar con los sentidos

Finalmente hubo que volver. No me pude quedar a vivir en el hotel, como me hubiera gustado. Pero la conexión con la montaña, y sobre todo con mis cinco sentidos, fue reparadora.
Mis ojos no podían registrar tanta belleza junta, tanta amplitud de campo, tantos matices de colores que propone el Norte Argentino, así que le confié un poco de esa tarea a mi cámara. Quienes hemos vivido toda nuestra vida en una ciudad debemos de vez en cuando hacer silencio y escuchar el viento, o los sonidos de aquellas aves que desconocemos. Pero creo que en este viaje los sentidos más beneficiados fueron el olfato, el tacto y el gusto.
A decir verdad, el gusto no se puede quejar, lo malcrío todo el año (jajaja). Pero el pobre olfato no siempre está feliz de vivir en una ciudad, así que lo llevé a los Valles Calchaquíes para que se empache de las diferentes hierbas aromáticas del camino (jugando a identificar cada una en el plato del almuerzo o la cena), de la lavanda salvaje, de los olores amaderados, del carbón ardiendo para la próxima comida...
El tacto, el gran olvidado de los sentidos (confiamos mucho a nuestros ojos, muchas veces), también tuvo su festín: desde la lluvia perfecta de la ducha, hasta la caricia aterciopelada de las sábanas, no sin olvidar la sedosidad de las amenities, que dejaban el cabello suave y la piel con el nivel justo de hidratación y oleosidad.

Como podrán imaginar, luego de unos días de disfrutar los placeres de la vida, recomiendo ampliamente hospedarse en un hotel de lujo. No por ostentación, no por frivolidad. Simplemente porque existen y, como todo en la vida, hay que probarlos.

mayo 01, 2014

New York: la ciudad que te abofetea

Verónica C.

Yo era de las que no se morían por conocer Nueva York. Pero la posibilidad asomó a mi puerta y decidí darle una chance. Mientras volaba hacia la ciudad que nunca duerme, pensaba: más te vale que estés buena, porque me cuesta mucho dinero venir a conocerte…
La llegada al aeropuerto J. F. Kennedy no es glamorosa, como yo esperaba. Desde el avión ves una costa pobretona, zonas fabriles, casas que rozan con un rancho... Yo esperaba sobrevolar la Estatua de la Libertad y los rascacielos, ¡qué decepción! Después me enteré de que eso lo ves si llegás por el aeropuerto de Newark, ese que yo discriminé por no tener (no lo comprobé) tan buenas conexiones con Manhattan en transporte público.
Pero a pesar de esa primera y efímera impresión, la ciudad se encarga de darte una soberbia bofetada y de dejarte atónito instantes después de tu llegada. Así que ahora soy de las que recomiendan fervientemente conocer Nueva York, jajaja. Te voy a contar por qué.

New York y su personalidad

New York y su personalidadSi bien me gustan mucho más los viajes a la naturaleza, lo que disfruto de ir a las ciudades es descubrir su personalidad. Como si fueran personas, hay que tomarse un tiempo para conocerlas sin prejuzgar y, luego de eso, podés amarlas, odiarlas, o serles totalmente indiferente.
Mi prejuicio consistía en que Nueva York era altanera, snob, tonta... medio Paris Hilton. Pero me parece que había hablado con un único tipo de viajero. Con lo que me encontré fue con una ciudad impactante pero cercana, sorpresiva, bella, inteligente, irónica, y llena de cultura.
Así que si tuviera que darte alguna recomendación a vos (o a mí misma) es que experimentes el mundo (sea un viaje o conocer al vecino) por vos mismo, y no por la descripción de nadie. Mucho menos por este post, claro.

La ciudad déjà vu

New York es un déjà vu permanente. Es sentir a cada paso que ya conocés ese lugar, aunque no hayas estado nunca ¿Tan fuerte es la penetración cultural?
La ciudad déjà vu
Todavía recuerdo la confusión que sentí cuando, llegando a mi hostel cerca del Harlem, ví unas casas muy lindas, iguales a las de las películas. Tenía la extraña sensación de haber estado ahí antes. Pero no, no estuve nunca. Chequeé mi pasaporte, está confirmado: ¡es la primera vez que ingreso a Estados Unidos! ¿Pero entonces por qué tengo esta sensación? No lo sé. Me pasó mil veces durante el viaje. En vez de avanzar sorprendiéndome a cada paso con algo nuevo, la sensación era que iba "redescubriendo" un lugar que ya había visitado o soñado. Muy loco.

NYC y Buenos Aires, no tan diferentes

Otra sensación maravillosa fue conocer Wall Street (sí, puede que sea lo menos relevante para la mayoría de los turistas). Estaba ansiosa por verla vacía, un domingo a la mañana. Me la imaginaba gris, metálica, ideal para las fotos. No era taaaaan así pero no me decepcionó.
Wall StreetDe todas maneras lo más sorprendente fue que resultó mucho más parecida a la city porteña de lo que me hubiera imaginado jamás. Quitando el Trump Building que es altísimo, Wall Street me resultaba bastante parecida a la zona de Reconquista y Corrientes en Buenos Aires.
Habrá quienes dirán que tengo una imaginación muy amplia, pero los andamios en las fachadas de los edificios en refacción, las calles estrechas, vacías el domingo pero esperando a convertirse en un hormiguero el lunes, tenían un clima muy similar a la zona de negocios de mi ciudad.

¿Qué tiene el famoso Central Park?

Me daba bastante curiosidad ver qué tenía el Central Park para que locales y extranjeros estuvieran tan locos por él. Así que dediqué un día a recorrerlo. No había otra cosa en la agenda. Hoy: Central Park. Y veamos quién gana, él o yo.
Así que fui hasta el Museo Guggenheim, crucé la calle, y me adentré en el parque no sin antes comprarme un pretzel caliente en un puesto callejero. ¡Creo que lo comí con los guantes puestos, del frío que hacía! Por eso no hay fotos del humeante pretzel relleno con vaya uno a saber qué. No me lo cuestioné. Estaba bueno y necesitaba calorías. Es como de masa de pizza y entre el relleno me pareció ver morrón colorado. Suficiente información para mí. Entremos al parque nomás.
Central Park
Adentrarse en Central Park implica olvidarse de que uno está en una ciudad. Primera sorpresa. Estoy quizás a 100 metros de la Quinta Avenida y no se escucha nada. Además, quienes están en el parque a media mañana de un día de semana no están estresados: gente haciendo deporte, paseando mascotas...
Segunda sorpresa: está lleno de ardillas. Para quienes somos del hemisferio sur, ver ardillas es mágico. Bah, no sé, habrá gente que las odiará. Yo podría pasarme el día mirándolas. Son escurridizas, así que tratar de ver una es divertido.
Tercera sorpresa: voy caminando por un lugar del parque donde estoy completamente sola. No hay nadie más que las ardillas y los pájaros en los árboles. Me dirijo a uno de los tantos puentes que tiene el parque, para cruzarlo por debajo. A medida que me voy acercando escucho el Ave María. Empiezo a acelerar el paso hacia el sonido, medio desorientada. No sé si el sonido está viniendo desde el puente o desde otro lado. No sé si dejarme llevar por los ojos o por el oído. Por suerte ambos me llevan al mismo lugar, justo cuando está terminando el Ave María, una canción que me encanta. Debajo del puente había un chico joven (20 y tantos años), con pinta de futuro actor de Broadway, aprovechando la acústica maravillosa de ese lugar que proyectaba su voz cristalina a más de 100 metros de ahí. Soy bastante tímida, me daba cosa decirle algo. Pero la verdad es que sonaba demasiado bien y me había regalado, sin saberlo, un momento mágico. ¿Cómo no agradecérselo de alguna manera? Me imaginé que si se animaba a cantar ahí, debía ser artista. Así que pensé que un "Brávou!" sería lo mejor que le podría decir. Sonrió, sorprendido y agradecido.
Yo seguí mi camino hacia la próxima sorpresa: una visita guiada gratuita por el parque. No sabía que existían pero me sumé y allí descubrí que en realidad el Central Park tiene poco de natural, es todo un proyecto de paisajismo. Y lo más loco: es el primer trabajo del paisajista que lo diseñó. Ya estoy empezando a querer este parque...
Sigo recorriéndolo y a cada instante me encuentro con una postal divina: un banco de madera solitario en el medio de una alfombra de hojas secas que pareciera que hace días que nadie pisa, unos puentes hermosos (alguno me suena conocido de alguna película de Woody Allen), un puesto de café justo cuando ya me estoy muriendo de frío otra vez, el homenaje a John Lennon (Strawberry Fields Memorial), y así...

- Veredicto: el Central Park me ganó por goleada.
- Nota mental: volver para un picnic un domingo junto a los neoyorkinos, cuando haga calorcito.


No alcanzan los ojos

Más allá de que la ciudad te cautive o no, algo en lo que creo que todos podemos coincidir es en que no alcanzan los ojos para ver todo lo que hay. Porque tenés los cientos de íconos que el cine te mostró mil veces (la Estatua de la Libertad, el edificio Chrysler, el Puente de Brooklyn, etc.), más aquellas pequeñas cosas que te gustan sólo por estar en una ciudad extraña (la señalética. ¿Quién no le sacó una foto a los cartelitos de “One Way”?), más todo lo nuevo que no viste ni leíste en ningún lado (incluso si estuviste hace poco).
Para mí, la experiencia más abrumadora en este sentido fue bajar del avión, dejar las cosas en el hostel e ir a Times Square. Creo que ahí fue cuando la ciudad me dio su primera bofetada y me sacó de esa actitud “¿a ver qué tenés para mí, Nueva York?” que llevaba.
New York desde Top of the RockLlegar a Times Square de noche es agobiante, de alguna manera. Recuerdo que me sentía una campesina. Quería mirar a la gente, a los carteles de led enceguecedores, ver qué obras estaban en Broadway, mirar esa esquina icónica, y todo sin caer en alguna alcantarilla abierta (por suerte no las hay) o ser atropellada por no mirar el semáforo (mucho más probable).
Más allá de esta sensación abrumadora, recomiendo ampliamente ver Times Square por primera vez de noche. De día no tiene tanta gracia.

Ni hablar de subir al Top of the Rock (Rockefeller Center). Hacete un favor: subí al atardecer o una vez que ya es completamente de noche y después de haber recorrido la ciudad por varios días. No vas a poder creer la cantidad de luces que hay en esa ciudad y, cuando lo ponés un poquito en perspectiva, no vas a poder creer la altura de esos edificios (incluido en el que estás vos). Los angloparlantes tienen una muy buena palabra para describir esta experiencia: breathtaking (que te quita el aliento).

New York, clásica y moderna

Como las personas bellas, New York resiste el paso del tiempo con más que dignidad. Lo hace con garbo.
Es como cuando ves una foto de alguien agraciado físicamente. No importa si la foto es de hace 1 año, 10 o 100, se ve linda igual. Bueno, Nueva York es así.
En los años 30s, 40s, 50s, 60s era glamorosa, elegante. En los 70s, 80s, 90s, era cool. Y lo sigue siendo. Es una ciudad que tiene su belleza clásica intacta y lleva con buen gusto la modernidad. Nunca hubiera imaginado que había buena arquitectura para ver; en mi ignorancia pensaba que todo eran rascacielos, no sé.
New York resiste una foto color y una blanco y negro. Ahora, hace 50 años, o en los próximos 50.

De la indiferencia al amor hay un solo paso

Y así fue como, de ignorarla totalmente pasé a amarla. Así es Nueva York. Te atrapa aunque te resistas, como yo. Y, como las personas, no es perfecta.
En mi opinión, es una ciudad para visitar varias veces. La primera vez podés visitar todos los clichés: Central Park, Times Square, el Puente de Brooklyn, la Estatua de la Libertad, Broadway, Wall Street, los museos, hacer shopping, etcétera, etcétera y más etcéteras. La ciudad es grande y tiene miles de cosas para ver.
Pero en tu segunda visita ya podés dedicarte a caminar más, a ir a los bristós y bakeries, ver qué hacen los fines de semana los neoyorkinos, etc. Es decir, mezclarte más con los locales e indagar en las cosas que a vos te gusten: comida, cultura popular, arquitectura, artes escénicas, lo que sea. Seguro que Nueva York lo tiene.